A sus 66 años, Carlos Enrique Suárez Llosa ha pisado por primera vez Palacio de Gobierno. El lunes 2 de mayo, por la tarde, llegó a la casa de Gobierno para recibir, de manos del Presidente de la República, la Condecoración al Orden del Trabajo 2022 en el grado de “Oficial”.
Carlos Suárez lee los labios de sus interlocutores, algo que se le ha hecho más dificultoso durante la pandemia por el uso de las mascarillas. Casado, con dos hijos y dos nietas, deportista, aficionado a los “Geniogramas” de El Comercio y a las películas de terror, Suárez es de las personas que siempre lleva una sonrisa.
“Creo que el Gobierno debería promover, de manera particular, el empleo de las personas sordas y dar recomendaciones para favorecer su inclusión laboral”, opina.
Por el bien colectivo
También es un hombre que cree en el bien colectivo. Ha sido miembro-fundador y expresidente (en cuatro oportunidades) de la Appis. Augusto Chávez, secretario general del Sindicato de Trabajadores de la Empresa Peruana de Servicios Editoriales, de donde Suárez también es miembro-fundador, destaca “su actitud de asistir a las reuniones del sindicato y estar muy atento”.
“Luego de las reuniones siempre me enviaba por mensaje sus proposiciones laborales y siempre expresaba su alegría al lograr algún triunfo para el colectivo de trabajadores”, dice.
No todo ha sido un colchón de rosas. En mayo del 2001, cuando estaba de vacaciones recibió una carta notarial de la empresa estatal. Fue un despido arbitrario e injustificado, recuerda, y Carlos hizo valer sus derechos. Se quejó de discriminación ante los organismos nacionales e internacionales, y a los pocos días fue repuesto en su puesto laboral.
Las veces que ha sentido discriminación, Carlos se ha defendido inclusive hasta verbalmente, pero siempre pensando en cumplir con los deberes del código de ética y conducta de la empresa, subraya. Y a las personas que lo discriminan por su discapacidad dice que es mejor ignorarlos.
Su travesía por El Peruano
Su historia resume también los distintos modos de producción que ha tenido el Diario Oficial El Peruano. Se formó en la Escuela Nacional de Artes Gráficas (ENAG) como cajista de imprenta y como procesador de textos D.O.S., en Senati. Eran tiempos del general Juan Velasco y el 17 de abril de 1972, a los 16 años, ingresó a trabajar a El Peruano como ayudante y operador de linotipia: su trabajo consistía en digitar en linotipos las páginas de la edición que se iban a imprenta, allá en la oficina del jirón Quilca 556.
Debido a su discapacidad, fue un trabajo difícil, pero tuvo apoyo de sus compañeros. En sus inicios, como tenía cara de chiquillo, se ponía el uniforme del colegio para pagar pasaje escolar. Cuatro años después, cuando se fundó Editora Perú, ya trabajaba en nuestros talleres como digitador del Sistema de Fotocomposición Varityper, para los diarios El Peruano, La Tercera, La Crónica y Variedades. Entre 1989 y 1993 se desempeñaría como diagramador y corrector de textos de El Peruano, luego pasaría a laborar en el área de Producción y desde 1996 trabaja como formateador y corrector del Departamento de Normas Legales y Boletín Oficial de El Peruano.
Desde julio del 2020, Carlos realiza sus labores vía remota, desde la computadora en casa, por ser una persona de riesgo, a fin de evitar contagios. Si bien el covid-19 no lo tumbó, si lo ha estado cuatro veces por unas úlceras gástricas. El coronavirus sí ha causado pérdidas cercanas: su cuñado, un médico de la Ricardo Palma, falleció por la enfermedad.
Sus aficiones
En estos más de dos años de pandemia ha aprovechado también para estudiar, en forma virtual, masoterapia. “Para mí es una ‘hobbyterapia’. Luego me gustó el masaje chino, tai chi chuan, la terapia thai con controles de obligatoriedad del uso de mascarilla”, cuenta Carlos. Hace sus prácticas de masajes con su familia, entre ellos un cuñado hemipléjico, y sus amigos.
No es la primera vez que se convierte en foco de atención. En su casa, en Miraflores, está el póster de El poder de tus manos. En diciembre del 2019, Teresa Díaz Conde, entonces estudiante de la Universidad Peruana Unión (UPeU), estrenaba este documental sobre la labor y esfuerzo de Suárez por salir adelante.
Desde niña, a Teresa le llamó siempre la atención la historia de Carlos, a quien conocía porque sus padres también son sordos. Teresa se encargó de la dirección, producción y edición del documental. Tuvo que ser “traductora” con sus compañeros; ella desde niña había aprendido las señas para dialogar con las personas sordas. Sus amigos aprendieron que la paciencia es una virtud si uno quiere comunicarse con éxito con una persona con discapacidad auditiva. Suárez fue a Ñaña para recibir un premio de reconocimiento por la UPeU.
Un hombre trabajador
Suárez suma más de 40 años casado con Martha Casana, a quien al mes y medio de nacida, una meningitis le dejó con problemas severos de audición. Su suegra, doña Pepita, de 89 años, fue una de sus invitadas el lunes a Palacio de Gobierno. Lo reconoce como “un chico muy bueno, muy trabajador, honrado, dedicado exclusivamente a su familia”. También muy amiguero.
Lo recuerda trabajando por años en El Peruano, de tres de la tarde a la medianoche. Ahora Carlos tiene dos hijos, Jorge, que es ingeniero y vive en Australia (padre de sus dos nietas), y el otro, Carlos, que estudió idiomas. Ambos casados. Carlos y su esposa Martha han hecho solos dos veces el largo viaje a Australia y también ocho veces han ido a Estados Unidos, donde vive una de sus seis hermanas. Esa pasión por los viajes internacionales ha tenido un parón por la pandemia.
La mirada de su hijo
A Carlos Suárez Casana desde niño siempre le llamó la atención cómo su padre superaba su discapacidad para salir adelante. “Mi papá tiene una característica: es full trabajo. Nunca se detiene, siempre está aprendiendo nuevas cosas, le gusta lo que hace y siempre quiere aprender”, cuenta.
Recuerda lo increíble que resulta siempre ver cómo las personas con audición baja o grave “conversan” entre ellas. Es algo que los hijos de las personas sordas comprenden, y que sus amigos del colegio, poco a poco, aprendieron: a escuchar a un luchador.