Pablo Gerardo Arredondo Manrique es feliz haciendo cirugía y no se imagina dedicándose a otra actividad. Es el único médico en la familia Arredondo Manrique, y lo logró gracias a que su padre le enseñó a luchar y a valorar su afrodescendencia. Desde hace una década trabaja en el hospital Casimiro Ulloa.
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El doctor Arredondo, siempre quiso ser médico, y cirujano especialmente, porque entendió desde pequeño que era la mejor manera de ayudar a la gente. Recuerda una serie norteamericana en la que el protagonista era un médico afrodescendiente y un ejemplar padre de familia y esposo. Tal vez la historia de ese protagonista lo inspiró para empezar a crear la suya.
Desde hace 10 años trabaja en el Hospital de Emergencias Casimiro Ulloa, un lugar en donde se siente al límite la adrenalina, sobre todo si eres médico especialista en cirugía de abdomen laparoscópica, porque los casos más frecuentes que llegan allí son de personas que sufrieron hemorragias digestivas, intestinales, apendicitis, hernias en órganos ubicados en esa zona.
Arredondo Manrique reconoce que se ha ganado un espacio de reconocimiento profesional importante, no solo en el hospital de emergencias de la capital, sino también en la clínica Anglo Americana, en donde es parte del staff de médicos de ese establecimiento de salud.
Se siente orgulloso de haber cimentado su carrera con base en esfuerzo y dedicación. Pero no ha sido fácil, lo admite. En la universidad donde se formó fue el único afrodescendiente en la carrera de medicina. “A veces sentía que desconfiaban de mi capacidad, y en el ejercicio de mi especialidad, hasta me preguntaron una vez si yo iba a realizar la operación, como si no lo creyeran. Por eso siempre estudié más y trabajé más duro, para ir ganando mi propio espacio”, manifiesta.
Mérito propio
Para lograrlo, no solo acumuló conocimiento. La experiencia es su gran tesoro. Comienza, desde que hizo su primera cirugía, una cesárea, cuando tenía 23 años y descubrió que había nacido para operar. “Ese día sentí que tenía una habilidad especial que era capaz de desarrollar”.
Tiempo después, cuando hizo su residencia en el hospital María Auxiliadora, un nosocomio construido para atender a 200,000 personas, pero que en esa época superaba largamente el medio millón. “Mi formación fue muy intensa esos años y los profesionales que me enseñaron lo hicieron muy bien”, afirma.
Hoy, una década ya cumplida en el Casimiro Ulloa, las experiencias lo han fortalecido lo suficiente como para afirmar que un cirujano necesita pericia y, además, temple, con el fin de tomar decisiones extremas. A su experticia y temperamento se suman el excesivo cuidado que pone cuando opera, y no deja, por ejemplo, que el paciente sangre o que la herida quede mal cicatrizada.“No me apuro, porque respeto a las personas que llegan a la emergencia, y las cuido”, asevera.
Parte de ese compromiso es seguir estudiando y actualizándose en el manejo de nuevas técnicas porque quiere continuar ayudando a la gente. El motor de esa manera de asumir su labor es el mensaje de su progenitor, don Gerardo, un nonagenario e ingeniero agrónomo que con su ejemplo y sus mensajes le enseñó a no sentirse menos que otro y a luchar por lo que quería.
Este médico alegre, de buen comer, amante del deporte, solo tiene palabras de agradecimiento para sus padres, que le transmitieron el orgullo por sus raíces. “Solo puedo decirle a la población afrodescendiente que siga sus sueños, que perseveren, insistan, que al final se sentirán bien consigo mismos; que para seguir adelante hay que creérsela”.
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(FIN) DOP/ SMS
Publicado: 20/6/2022