Su pasión por la historia, especialmente por la colonial, no tiene un origen grabado en su memoria, cuenta Celia Miriam Soto Molina, pero durante su adolescencia fue el curso que más le gustó en la escuela. Hace más de una década, ese entusiasmo encontró su razón de ser en el Archivo General de la Nación (AGN), donde custodia documentos del siglo XVI hasta el XXI.
Bajo la luz de una lámpara que encendía cada vez que las noches de Lima caían como un manto sobre la ciudad por la detonación de coches bombas, Celia aprendió a leer los libros de historia de Gustavo Pons Muzzo, porque debía cumplir las tareas que le dejaban sus profesoras de la hoy institución educativa emblemática Juana Alarco de Dammert. Su mamá estimulaba sus lecturas con esa lumbre, tal vez para que aquellos sonidos y sus secuelas de la década de 1980 pasaran inadvertidos para su hija, y no se apegase a la incertidumbre del presente, sino al instante del saber.
Celia es historiadora formada en San Marcos, y desde el 2007 trabaja en el Archivo General de la Nación (AGN), un lugar en el que su pasión por la época colonial encontró su norte, pues en la custodia de documentos públicos que datan de 1533 e incluyen las últimas autógrafas de ley del gobierno de Ollanta Humala (hasta que se sumen las del quinquenio gubernamental que culminará en julio del 2021), descubrió, que: “Protejo la memoria del Perú, los derechos de la ciudadanía y la generación del conocimiento”.
Valor histórico
Desde hace tres meses es la jefa (e) del área de procesos técnicos archivísticos de la Dirección de Archivo Histórico del AGN. Nombre poco atractivo para la labor que cumple el equipo de 30 historiadores –cinco de los cuales trabajan en forma remota por la coyuntura de emergencia sanitaria–, la cual es custodiar 16,000 metros lineales de documentos elaborados desde la época colonial hasta la republicana.
Poco se sabe de la función del historiador que trabaja en los archivos públicos: proteger la memoria histórica del país, señala Celia, pues su responsabilidad es organizar, describir y ofrecer a los usuarios todos aquellos documentos que en sí mismos tienen un valor intrínseco, explica.
Son desde una hoja hasta un folio, producidos por las entidades del Estado, como los legajos de los procesos del Santo Oficio, partidas de nacimiento, de matrimonio, títulos de propiedad, registros de inmigrantes, patentes, testamentos, protocolos de autopsia, diarios de prisiones, en fin, “toda la producción documental que han generado, en todo este tiempo, las instituciones dentro de su servicio”, comenta.
Mujer de temperamento
Cuando se declaró la emergencia sanitaria, el 15 de marzo pasado, Celia recuerda que se sintió desorientada. “¿Ahora qué hacemos? Nuestros insumos de trabajo son los archivos”, pensó. Se pusieron las pilas, aprendieron todo lo relacionado con herramientas digitales relacionadas con su trabajo y empezaron a laborar a distancia, porque a pesar de los tiempos complicados la demanda de atención continuó.
“Hemos creado servicios en línea para consulta y reproducción de documentos, ordenado catálogos, transcrito documentos antiguos al castellano de hoy, como las libretas de viaje de Antonio Raimondi; cubrimos las necesidades de muchas personas que empezaron a buscar información para hacer valer sus derechos, como los que empezaron a jubilarse o los que querían vender sus propiedades”, comenta.
El local donde trabaja esta historiadora tenaz se ubica en el sótano del Palacio de Justicia, y cuando ingresa a él para empezar su jornada de trabajo enciende la luz y se dedica a ese oficio que tanta gratificación le da, dice. “No nos detuvimos, invertimos tiempo y paciencia; los archivos son parte del patrimonio cultural y nosotros los custodiamos”.
(FIN) DOP/ SMS
GRM
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Publicado: 22/1/2021