Por José Vadillo VilaEl 2 de diciembre del 2017, el señor Víctor Blas Pérez ingresó al quirófano para cumplir un imperativo moral: todo hombre está dispuesto a dar la vida por sus hijos. Él le daría un riñón a su hijo Carlos.
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Hace cuatro años supieron que los riñones de Carlos –entonces de 10 años de edad– se habían quedado pequeños. El diagnóstico era insuficiencia renal crónica terminal.
Empezaron sus días conectado durante 12 horas a una máquina de hemodiálisis. Al señor Blas le advirtieron que lo único que
podía salvar a su hijo era un trasplante de riñón.
De Trujillo lo derivaron a Lima. Desde entonces, Blas, que es separado, y sus tres hijos viven en la capital por el tratamiento de Carlos.
Llegaron primero al Instituto Nacional de Salud del Niño (INSN) de Breña y luego al de San Borja (INSN-SB), donde ya estaban trasplantando riñones.
Mes a mes, el papá se impacientaba porque no había fecha para el
trasplante. Quería volver a Trujillo porque no veía solución al tema de su hijo. Fue cuando tomó una decisión: “Pensé, yo ya he vivido, y mi hijo es una criatura. Quiero darle la mejor vida”, cuenta Blas, de 48 años.
Han pasado 12 meses desde la operación y el señor Blas se siente muy bien por la recuperación de su hijo Carlos. “Es otro niño. Ya no está conectado a máquinas de siete de la mañana a siete de la noche. Antes tomaba 18 pastillas, ahora solo dos. Y debía de tener implantados catéteres. Era un dolor”, dice.
Los Blas viven en un minidepartamento y el hijo mayor es el que aporta a la casa. El papá se encarga de Carlos y trabaja eventualmente. Ahí viven todos: Carlos en su habitación propia –que es el requisito médico–, y el resto “acomodándonos como podemos”.
Carlos dejó de estudiar hace tres años, debido a los tratamientos. Ya ha terminado de curarse. Su papá espera que los chequeos se espacien más para que en el 2019 retome sus estudios de secundaria.
“Acá usamos la misma tecnología de Estados Unidos o Europa”, asegura el doctor Manuel Moreno, cirujano de trasplantes del INSN-SB. “Al donante se le practica una cirugía laparoscópica; se le retira el riñón por una incisión estética de ocho centímetros, que casi no se ve. Y la recuperación para su vida normal puede empezar a las cuatro o seis semanas de la intervención”.
Los médicos prefieren que los donantes sean los papás, porque generalmente el menor estará al cuidado de la madre.
En el caso de los trasplantes con donantes vivos las cirugías se tornan complejas, ya que se deben efectuar dos operaciones al mismo tiempo. Mientras un grupo de cirujanos extrae el riñón del donante, los otros operan al niño receptor. Cuanto más pequeño es el receptor, más compleja será la técnica.
Moreno recuerda que los niños trasplantados deberán chequearse toda la vida, aunque cada vez se espaciarán más sus visitas al médico, y deberán tomar inmunosupresores a diario.
El mundo de Eduardo Marcelo Flores (de 52 años) cambió totalmente tras recibir una llamada del profesor del colegio de la menor de sus cinco hijas, María Julia (de 11). Fue el 27 de setiembre del año pasado, a la hora del recreo, allá en Paita, Piura. La niña había presentado síntomas de vómito y dolor abdominal.
Pensaron que se podría tratar de una apendicitis, pero la ecografía abdominal rebelaría que María solo tenía un riñón y que estaba en la “quinta fase”, muy deteriorado. Lo único que quedaba era transferirla a Lima.
La noticia cayó como un baldazo de agua fría sobre los Marcelo. Padre y madre dejaron todo para venir con María. Desde el 7 de octubre del año pasado radican en Lima.
La salud de la niña se había resquebrajado; empezaron con los análisis y estudios en nefrología. Todo apuntó a que lo del riñón era congénito. Al mes siguiente le implantaron un catéter para practicarle la diálisis peritoneal diaria.
La única opción para salvarle la vida era que ingresara a la lista de espera de un donante cadavérico o que encontrara un donante vivo. “Si soy compatible, yo seré el donante para mi hija”, juró Eduardo.
Por último, a las seis de la mañana del 15 de noviembre, Eduardo y su hija, María Julia, ingresaron a la sala de operaciones del INSN-SB.
El señor Marcelo continuará ganándose la vida como un "mil oficios": albañil, electricista, chofer, gasfitero; pero deberá trajinar poco, para evitar el sobreesfuerzo. El médico le ha dicho que deberá cuidarse del sobrepeso.
“Pero si me piden que le dé algo más a mi hija, mi corazón, mi vida..., yo se lo daré porque es mi hija, porque ella se lo merece: recién está empezando a vivir”, afirma.
La señora Juana mira más allá de la salud de su pequeña. Recuerda que en los hospitales “hay niños hermosos aguardando por una oportunidad para vivir”, a la espera de donantes.
María Julia no dejó de estudiar. Sus diálisis las hacía por las noches y en las mañanas concurría al colegio. Cuando había que hospitalizarla, el director y la profesora entendían. Así, pudo estudiar hasta una semana antes de la operación. En el 2019 retomará sus estudios de quinto grado.
Y la señora María Juana dice que siempre le recordará a su hija menor: “Ni Supermán, ni el Hombre Araña, tu superhéroe es tu papá. Él te ha dado el mejor regalo de Navidad, una nueva vida”.
Trasplante hepático el 2019
Este mes y en enero del 2019, el INSN-SB llevará a cabo su primer trasplante hepático, informó la directora general de dicha institución, Zulema Tomas.
Recordó que desde hace tres años el INSN-SB ha efectuado 73 trasplantes de médula ósea, lo que benefició a igual número de niños.
“Estamos cambiando la vida de estos niños que antes no tenían posibilidad de sobrevivir. Los trasplantes son totalmente cubiertos tanto por el Seguro Integral de Salud (SIS) como por el Fondo Intangible Solidario de Salud (Fissal). Han permitido cubrir procedimientos de alto costo, como los trasplantes renales y hepáticos, pues hemos enviado a Argentina a cinco niños para trasplantes hepáticos”, dijo.
Cifra
16 especialistas integran los equipos para los trasplantes renales.
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(FIN) JVV/LIT
GRM
Publicado: 4/12/2018