Durante un fin de semana del Vacunatón, Esperanza Hancco Calcina demostró que eligió ser enfermera para proteger a la gente. En esa jornada de 36 horas aplicó más de 500 dosis de la vacuna contra el covid-19. Tal vez su formación en el altiplano puneño le proporcionó la fortaleza para andar por caminos difíciles y resistir las presiones de su oficio cuando amenaza la muerte.
El sábado 17 de julio, Esperanza Hancco Calcina se levantó temprano porque tenía que llegar antes de las 7:00 de la mañana al centro de salud Mariátegui, en el distrito de San Juan de Lurigancho, al noreste de la capital. Debía preparar su equipo de vacunación contra el
covid-19 y trasladarse al parque zonal Huiracocha, donde se iniciaría la segunda fecha del Vacunatón.
Llegó tal cantidad de gente a ese centro de vacunación, que consultó a la coordinadora, y luego a su compañera de jornada, la técnica Rosa Peñaloza, responsable de registrar el nombre de las personas que acuden a inmunizarse, si era posible continuar y trabajar las 36 horas programadas.
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De izquierda a derecha, la técnica Rosa Peñaloza y la enfermera Esperanza Hancco, trabajaron juntas 36 horas.
Ese fin de semana, la licenciada Esperanza Hancco Calcina no se detuvo y vacunó a 552 personas. Su interés por evitar que cualquiera pudiera desistir de aplicarse su dosis, debido a aglomeraciones en las colas, la llevó a solicitar autorización para cumplir esa titánica tarea y el apoyo a Peñaloza para concretarla.
“Ese 17 y 18 de julio llegaron de las zonas altas de San Juan de Lurigancho adultos mayores de los cerros de José Carlos Mariátegui. Hasta de Jicamarca y otras provincias del Perú, como Huancavelica, llegaron. Algunos lo hicieron entusiasmados, otros sin respeto y exigiéndonos rapidez”, manifiesta.
La enfermera puneña quechuahablante, que llegó a Lima el 2010 para hacer realidad un sueño, alcanzó a inmunizar a 1,164 hombres y mujeres en los tres vacunatones. Su afán por ayudar y disminuir el dolor de las familias que pierden a un ser querido por e l covid-19, explican por qué lo consiguió.
Altiplano querido
Esperanza rememora con cariño su paso por el hospital de apoyo San Martín de Porres, en Matusani, Carabaya, Puno, ubicado a 4,500 metros sobre el nivel del mar. Allí le enseñaron a enfrentar emergencias y aprender a resolver problemas de salud inesperados, de niños o adultos, mujeres u hombres, sobre la marcha.
Médicos y expertas enfermeras la alentaron a mejorar cada día, a valorar el trabajo en la comunidad y tener sed de conocimiento. Fue así que en el 2010 viajó a Lima para seguir una segunda especialidad en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Aprobó con excelentes notas, pero fue difícil para ella encontrar trabajo. Tenía muchos temores y se sentía sola.
Felizmente se le presentó una oportunidad para postular al centro de salud Mariátegui en el 2011 e ingresó. Su experiencia inicial en el puesto de salud Huapaca San Miguel, como enfermera recién recibida, luego en el hospital de Macusani, y en la campaña de atención integral en el centro poblado de Azaroma, Carabaya, inspiró a la experta vacunadora de hoy.
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En el centro de salud José Carlos Mariátegui, en el distrito de San Juan de Lurigancho, cumpliendo su labor.
Esperanza ha hecho de su vocación de servicio un apostolado. De 8:00 horas a 20:00 horas y de lunes a sábado, efectúa visitas domiciliarias a pacientes afectados por el covid-19 y desarrolla su cronograma de inmunización a niños, niñas y adolescentes. Las cinco horas que le toma salir de su casa en Santa Anita hasta San Juan de Lurigancho y regresar, no la desaniman.
“Para mí vacunar es cuidar, proteger, es ayudar a quienes lo necesitan, y en pandemia, significa dar tranquilidad. Soy puneña, y no hay horario ni frío que me detenga. Me siento orgullosa de ser enfermera, de ayudar a quienes lo necesitan, de haber crecido durante la pandemia. Por eso le pido a mis colegas seguir poniendo el hombro para acelerar la vacunación, y a la gente que no desespere porque hay vacunas para todos”, afirma.