Su pasión por inmunizar a los niños de Marcapomacocha, Junín, en más de una década, la han convertido en un ícono de la experiencia que tiene el Perú en esa materia. Durante años, a pie o a lomo de bestia, recorrió caminos para vacunar. Por eso fue parte del equipo de salud que dio inicio a la inoculación contra el covid-19.
Trabajaba en el Puesto de Salud Saños Grande, en El Tambo, Huancayo, cuando aplicó por primera vez una vacuna. Fue a un recién nacido, hijo de una mamá adolescente a la que asistió en el parto. Usó la BCG, contra la tuberculosis. “Estaba nerviosa porque ayudé a alumbrar a la joven, pero tuve que prepararme para inmunizar al bebé”, recuerda
Liz Gómez Quispe.
Han transcurrido más de dos décadas de esa experiencia, que creció y fortaleció en las zonas rurales de Junín, y se consolidó luego en el Puesto de Salud Marcapomacocha, donde fue enfermera al comienzo y después jefa del establecimiento.
“Durante 16 años entregué mi pasión por la inmunización y el cuidado de las personas en sus diferentes etapas de vida. A pie o en lomo de bestia, recorrí largos trechos de camino o subía los cerros sobre los 4,000 m.s.n.m. porque siempre visitaba cada estancia o caserío para que no me faltara nadie”.
En el tiempo que trabajó en ese puesto de salud, la licenciada Liz nunca dijo no. Siempre se preparó para cumplir con los objetivos de las campañas nacionales de inmunizaciones y de su rol como enfermera especializada en crecimiento y desarrollo y promoción de la salud familiar.
Por eso, cuando se anunció la emergencia sanitaria y empezaron a llegar los casos de infectados por coronavirus a Marcapomacocha, ella pudo influir en las autoridades para que tomaran conciencia sobre la gravedad del problema. Los años de haber recorrido el territorio de ese distrito le dieron el ímpetu suficiente para llamarlos al orden y tomar medidas que evitaron que los casos de covid-19 superaran los seis que llegaron a tener.
Enfermera elegida
Liz, natural de La Oroya, sabe, porque lo ha vivido en carne propia, que ser enfermera en la sierra de nuestro país requiere de una verdadera pasión y de varias cuotas de sacrificio. No se queja, más bien valora esa vida que eligió una mañana, cuando muy niña, su mamá la llevó al hospital de La Oroya para que la vacunaran y vio a enfermeras presurosas consolando a niños y niñas luego de aplicarle las dosis inmunizadoras. “Mamá, quiero ser como ellas”, le dijo. Cumplió su sueño.
El 3 de febrero, en la tarde, la llamaron del Ministerio de Salud para decirle que la habían elegido para que integrara un equipo de profesionales de salud que darían inicio al proceso de vacunación contra el covid-19 en el Perú. No lo podía creer, por fin hay un reconocimiento a nuestra labor anónima, pensó. Pero
la volvieron a llamar, y esta vez para decirle que vacunaría al presidente de la República, Francisco Sagasti. Esa noticia sí que no la esperaba.
“No sabía si llorar, a dónde correr, ni qué pensar. De repente me di cuenta de que todos los caminos que había recorrido los hice para vivir ese momento. Lloré. Hasta que llegó el 9 de febrero, a las 7 de la noche, alisté mi termo, las vacunas, y le pedí a Dios que me diera mano firme para vacunarlo bien”. Todo lo ocurrido después lo guarda en la memoria de su corazón.
“Somos parte fundamental en esta pandemia, nos hemos puesto la camiseta y la seguimos sudando para evitar más peruanos infectados. Como enfermeras seguimos protegiendo y llegamos a los lugares más alejados de nuestro país. Soy parte de un proceso de vacunación histórico. Les pido a mis colegas que no desmayen y continúen”.
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(FIN) DOP/ SMS
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Published: 3/12/2021