Se perdió a los seis años de edad al salir de casa para comprar kerosene y no volvió a ver a su familia sino cuando fue adulto. Durante ese tiempo, Panchito permaneció en uno de los Centros de Acogida Residencial (CAR) que administra el Inabif.
Su vida giró alrededor de esta institución que lo cuidó y brindó herramientas útiles para triunfar en la vida. Hoy es un ciudadano responsable que trabaja en la Fiscalía de la Nación y es un ejemplo de perseverancia a seguir.
Nacido en Ayacucho, Francisco Mejía, “Panchito”, como lo llaman sus amigos, era el menor de cuatro hermanos. Luego de que sus padres fallecieran, y cuando tenía seis años, fue llevado a Lima para vivir en la casa de unos familiares en Pamplona, Villa María del Triunfo.
“Un día me mandaron a comprar kerosene al grifo y me perdí. Yo solo sabía dar mi nombre y que un bus de color verde me llevaba de regreso a casa. También sabía el nombre de mi hermano: Nazario. Le dije a una grifera ‘estoy perdido señorita’. Entonces me llevaron a la comisaría, yo cogía fuertemente mi galonera naranja. Estuve unos días en un albergue preventivo de la Policía, mientras buscaban a mi familia. De allí me dejaron en el Inabif pues mis parientes no aparecieron”, recuerda Panchito, quien vivió varios años en el Centro de Acogida Residencial (CAR) San Miguel Arcángel, que administra el Inabif.
“Estuve en el hogar hasta que cumplí 18 años. Allí vivíamos en casas independientes, con diez hermanos, una mamá y un papá sustituto. Me ayudaban con los estudios y salíamos a la calle. Hacíamos una vida como lo hace cualquier familia, por eso hasta el día de hoy frecuento a Elsa, mi mamá sustituta, y a mis promociones”, nos dice Francisco Mejía, quien hoy tiene 36 años de edad.
Durante los años que permaneció bajo la tutela del Inabif, Panchito fue inscrito en un Centro de Educación Básica Alternativa (CEBA), donde siguió cursos ocupacionales, entre ellos serigrafía y uno relacionado con la distribución y venta de gas.
Cuando salió del CAR optó por el servicio militar y luego con lo aprendido, tuvo la oportunidad de desempeñarse como repartidor de gas, hasta que un día recibió la llamada de una amiga trabajadora social, quien le informó sobre una plaza de trabajo en el área de mantenimiento en la sede central del Inabif.
Comenzó limpiando pisos
Empezó así su vida laboral en un modesto puesto de limpieza, con la seguridad de que pronto progresaría, pues siempre recordaba los consejos recibidos: “hay que seguir adelante y estudiar con empeño”. Así lo hizo y fue pasando de puesto en puesto, primero operario de mantenimiento, luego conserje, después asistente. Estuvo en el área de Logística y después en Auditoría, siempre aprendiendo lo más que podía en cada oficina a la que era asignado.
Panchito no se conformó y quería seguir estudiando como lo había prometido a su mamá sustituta, y pronto logró una beca para seguir un curso de informática.
Trabajó en el Inabif desde el 2004 hasta el 2016, durante esos 12 años pudo conocer la mística de trabajo de sus compañeros y sobre todo el alma bondadosa que tienen. “Los colegas de Auditoría me invitaban siempre a almorzar. Los aprecio mucho, en especial a Manuel, a la señora Esther y al señor Vargas”, rememora.
Un día ingresó a una universidad para estudiar Administración, aunque luego se cambió a Contabilidad. También entonces encontró la solidaridad de sus compañeros de oficina, quienes colaboraron para que Panchito pueda culminar sus estudios y ser un profesional, lo cual se hizo realidad el 2015.
Un año después, le avisaron de una plaza en la Fiscalía de la Nación. Con temor y pena renunció al Inabif y decidió tomar el nuevo reto.
“Los primeros meses en la Fiscalía me propuse aprender más y más, y así vencí mis miedos”, refiere Francisco y dice que desde su puesto (Ejecución Contractual del Área de Vigilancia) ha visto pasar varias gestiones y los nuevos funcionarios le han renovado la confianza, porque su trabajo e historia como usuario del Programa Integral Nacional para el Bienestar Familiar es un ejemplo a seguir, a pesar de las adversidades de la vida.
Francisco finalmente se reencontró con su hermano Nazario quien nunca perdió la esperanza de hallarlo. Esperó que Panchito cumpliera los 18 años y lo rastreó por la Reniec. Así obtuvo datos de su hermano y lo buscó para brindarle un abrazo eterno.
Esta es una de las 80 historias del
Inabif que comparte en su página web tras cumplir 80 años de aniversario brindando protección a las niñas, niños, adolescentes, personas con discapacidad y personas adultas mayores en condición de abandono, vulnerabilidad o riesgo social.
La madre sustituta de Panchito se llama Elsa quien se encargó de una familia de 12 integrantes. Ellos se reunieron nuevamente hace tres años.
El Inabif tiene como finalidad contribuir al desarrollo integral de la familia y el bienestar de sus miembros. Actualmente, administra 24 Centros de Desarrollo Integral de la Familia (CEDIF), seis Centros de Acogida Residencial CAR) para personas con discapacidad otros 42 CAR para niños, niñas y adolescentes, y cuatro CAR para personas adultas mayores.
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(FIN) NDP/ART
Publicado: 3/9/2019