Carmen Najarro Febres es directora de la escuela inicial El Mundo del Saber, un “colegio vitrina”, denominado así porque destaca en prácticas pedagógicas y es referente de formación para maestros de ese nivel en el país. En julio se realizará la evaluación de desempeño a estos docentes, una oportunidad de mejora y valoración pedagógica, según dijo.
Para ella no es sacrificio enseñar a niñas y niños de entre 2 y 5 años. Por el contrario, es poesía y motivo de felicidad porque acompaña el máximo desarrollo de todas las potencialidades de los futuros hombres y mujeres del país.
¿Cuál es su secreto? Pues tener la
visión de considerar que la escuela es un aula grande y, a la vez, cada aula es una casa, un sector de la
educación inicial. Una es la casa de la comunicación; la otra, de habilidades sociales; y la siguiente de indagación científica.
Además, ha creado la casa de resolución de problemas matemáticos y también de psicomotricidad. Lo interesante de este afán de agruparlas según las habilidades que son necesarias fomentar en la primera infancia, es que cada una tiene su nombre en quechua.
“Por ejemplo, la Casa de la comunicación se llama Willay wasi y la Casa de las habilidades sociales o Casa del amigo, Yunta wasi, porque hemos comprobado que muchos padres hablan quechua, pero se avergüenzan de su idioma. Es una manera de acercar su lengua materna a sus hijos”.
Pedagogía y juego
Cuando Carmen habla, hay un brillo permanente en sus ojos. Es el de la satisfacción. Siempre quiso ser profesora de educación inicial. Los cuentos que le narraba su padre al llegar a casa, luego del trabajo, enriquecieron su imaginación y alimentaron sus juegos.
Esa alegría que recuerda vivamente, fue tal vez la materia prima para producir una metodología de enseñanza que favorece tanto a sus pequeños alumnos como a las maestras. Las profesoras también son la razón de su interés profesional.
“No hay desarrollo de la educación, si no se desarrolla a la maestra. Por eso, para mí, la
evaluación del desempeño docente es una oportunidad para que se reconozca y valore el trabajo pedagógico de ellas”.
Maestra que deja huella
Antes de ser directora, fue profesora de la escuela pública inicial N° 102, ubicada en el asentamiento humano 10 de Octubre, en San Juan de Lurigancho. Pero un hecho inesperado cambió su vida.
Una mañana, las autoridades de la Unidad de Gestión Local Educativa (UGEL) N° 5 se acercaron a monitorear sus clases. Al terminar la evaluación, le pidieron que fuera directora del colegio N° 115 – 10. De eso, hace más de dos décadas.
“Me di cuenta de que estaba haciendo algo bueno. Aumentó mi pasión por la enseñanza, empecé a hablar con las profesoras, entendí que tenía que ser ejemplo. Aprendí a enseñar, actualizarme, capacitar. Tomé conciencia de que escuchar a los niños era lo mejor para ellos”.
Su profesora del jardín de la infancia del Rímac, cuando tan solo era una niña, le mostró cuán importante eran la ternura y sentirse escuchada. Sus ojos claros cambian un poquito de color. Carmen rememora. Aquella maestra no la regañó por pintar una manzana verde en vez de roja. Le pidió que le contara por qué la había dibujado de ese color. “Mi papá lleva estas manzanas a casa”, le respondió.
Alma docente
A Carmen le gusta acompañar el desarrollo de la vida de sus niños y niñas, y de sus profesoras también. La enorgullece saber que contribuye a elaborar propuestas que cambian el país.
“Una maestra educa al que será médico, juez, abogada, ingeniera o chofer. Trabajo en el Estado porque aquí me necesitan, en mis aulas se concreta la política educativa, aquí lo demuestro, lo respiro, lo vivo. Soy feliz gracias al Estado”. Lo que siente Carmen es real.
Hoja de vida
Se formó en la Facultad de Educación, especialidad Educación Inicial en la Universidad San Martín de Porras.
Estudió Diplomado en Gestión y Liderazgo de la U. Cayetano Heredia 2016-2017.
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