Pero en estas horas entre los peruanos también hay nervios y tensión, soterrados y casi no mencionados en voz alta, ante la posibilidad de que, otra vez, el sueño de conquistar el viaje a la lejana Rusia se esfume y se convierta en pesadilla.
Hace 20 años pasó algo similar. Perú llegó al 12 de octubre de 1997 a la penúltima jornada clasificatoria para Francia 98 en el cuarto lugar y con tres puntos de ventaja sobre Chile y en ese momento, cuando tenía todo en sus manos, vio que el castillo de sus esperanzas era de arena.
Chile venció por 4 a 0 en un partido que los peruanos quisierandejar en el olvido y, finalmente, se clasificó al obtener una mejor diferencia de goles.
Frustrado quedó el sueño de ver en Francia a un equipo en el que brillaban jugadores como Roberto Palacios, Flavio Maestri o Nolberto Solano.
Dos décadas después ha sido el entrenador argentino Ricardo Gareca quien ha logrado consolidar una propuesta que basa su eficacia en el juego colectivo, sin olvidar la esencia preciosista de un fútbol que hasta los años 80 del siglo pasado se había ganado el respeto en América.
Ahora el futuro se muestra alentador, porque 'el Tigre' ha depositado su apuesta en los pies de jugadores jóvenes, que todos saben que tendrán por delante un par de eliminatorias más para crecer y mostrar su madurez futbolística.
Quien simboliza el proceso es, precisamente, el media punta Edison Flores, un muchacho humilde, talentoso pero, sobre todo, trabajador y oportunista en el juego, cualidades que lo han convertido en el símbolo que todos los peruanos respetan, admiran y quieren emular.
Tras décadas sumergido en una crisis de resultados futbolísticos, tras ser golpeado por una profunda crisis económica, por el terrorismo y por los embates de la naturaleza, Perú ve como las primeras décadas de este siglo le ofrecen, en todos los aspectos, un panorama nuevo y plagado de esperanza.
Y espera que sea el fútbol, aquel deporte sin importancia que tanto importa a todos, el que confirme que el país renace de sus cenizas y que los jos sí tenían razón: no hay mal que dure cien años y que, si se resiste, siempre llegarán tiempos mejores.