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Abraham Valdelomar: A un siglo de la muerte del “Conde de Lemos”

Abraham Valdelomar.

Abraham Valdelomar.

09:30 | Lima, nov. 4.

Este 3 de noviembre se cumplen 100 años de la temprana desaparición del notable escritor peruano Abraham Valdelomar Pinto cuando solo había cumplido 31 años. El autor de El Caballero Carmelo fue director de El Peruano.

Por la inesperada muerte del “Conde de Lemos” muchos de sus apuntes y escritos quedaron dispersos en archivos de familiares y de amigos, en periódicos y revistas. 

Todos los admiradores de Valdelomar tenemos una deuda inmensa con el padre Javier Cheesman Jiménez (1929-2010). Fue él quien reunió textos inéditos: apuntes, artículos y cartas para su tesis de doctorado de Literatura en la Universidad Mayor de San Marcos en 1959. La investigación, que incluyó entrevistas con algunos hermanos y amigos del escritor, llevó como título La poesía de Valdelomar: del Modernismo al Post Modernismo. 

El P. Cheesman escribiría luego, en 1970, el ensayo Valdelomar en Piura, sobre el paso del poeta por distintos pueblos del departamento en 1918. Gracias a estos trabajos podemos conocer a Valdelomar desde la intimidad. Como es natural, el Valdelomar de las cartas se muestra sencillo y transparente con su madre, hermanos y amigos. Deja notar también la evolución de su pensamiento.


Valdelomar perteneció a una estirpe de antiguo abolengo virreinal. Recordaría siempre la pobreza familiar. A su padre callado y a su madre triste por no poder darles a sus 8 hijos una vida mejor. Cheesman encontró en el archivo de Eduardo Nugent este melancólico recuerdo del notable escritor en el puerto de San Andrés de los Pescadores, donde pasó parte de su niñez:

“Yo conocía en las noches, acostado sobre el pecho de mi madre, cuando al día siguiente no iba a haber pan. El dolor sutiliza la inteligencia. Algunas noches, mi madre, ya acostada, se incorporaba en el lecho y empezaba a sollozar tristemente, terrible y desconsoladoramente, pero muy bajito para que mis hermanos no la oyeran, cuando creía ella que yo estaba dormido. Como yo dormía en su lecho, despertaba sobresaltado y la acompañaba a llorar sin que ella se diera cuenta. Al principio yo lloraba sin saber por qué, pero un presentimiento me inducía a llorar cuando sentía los sollozos de mi madre ahogados y trágicos. Después aprendí a saber que cuando mi madre lloraba toda la noche, al día siguiente no tendríamos nada de comer. Otras veces ya acostados, ella me besaba mucho, entonces sus lágrimas eran muy distintas, me contaba cuentos que inventaba ella misma y me estrechaba contra su corazón. Me anunciaba, para engañarme que yo sería más tarde muy feliz. Y cuando esto ocurría, su voz tenía una seguridad conmovedora. Sus caricias eran más fuertes y sus besos más largos.”

El joven Valdelomar viajó a Lima para iniciar sus estudios secundarios en el colegio Guadalupe e ingresó luego a la Facultad de Letras en San Marcos. Bohemio literario, incursionó también en la actividad periodística. Cuando surgió el peligro de guerra con Ecuador, se enroló en el batallón universitario en 1910, pero no fue destacado a la frontera, sino que tuvo que conformarse con los entrenamientos de milicias en el Fuerte de Chorrillos. Tuvo fervor por la cosa política. Apoyó la candidatura de Billinghrust en 1912. Cuando este ganó la presidencia lo nombró director del diario El Peruano y luego fue destinado como diplomático a Roma.

El Caballero Carmelo


Entre los recuerdos que emergen de la infancia en Pisco está el del gallo Caballero Carmelo, cuya historia escribirá en la Ciudad Eterna: “Así entró en nuestra casa este amigo íntimo de nuestra infancia ya pasada, a quien acaeciera historia digna de relato; cuya memoria perdura aún en nuestro hogar como sombra alada y triste: el Caballero Carmelo.”

Con la caída del gobierno de Billinghurst por el golpe de Estado del general Benavides, Valdelomar regresó al Perú en 1914, año del inicio de la Primera Guerra Mundial.

A su regreso a Pisco en 1916, sensible al conflicto europeo, escribió:

“Como el de la Virgen que está en el altar de la capilla atravesado por siete espadas, llorando lágrimas de sangre, así está hoy mi corazón, compañeros, por los dolores del mundo”. 

Orador innato


Ese mismo año fundó la revista literaria Colónida que tuvo una vida efímera. Valdelomar fue un gran orador. Con un innato poder de encantar al público que atiborraba los auditorios para escucharlo declamar. Su seudónimo de “El Conde de Lemos” y algunas arrogantes frases atribuidas a él no nos deben llevar a una injusta conclusión sobre su personalidad. 


Valdelomar sentía una sincera preocupación por la situación de la clase trabajadora. El último año de su vida lo dedicó a conocer el Perú para tener encuentros con obreros y artesanos. Lamentablemente, el ambiente bohemio en que también se movía predispuso su tendencia al uso de drogas.

Sensible a la crítica que recibía de los académicos burgueses, le escribió a un amigo: 

“Yo me siento morir entre esta horda vana; mi talento es para ellos como una flor malsana. 
Los que ahora me condenan, me aplaudirán mañana.”

Valdelomar no se define a sí mismo como poeta o escritor, sino como artista: 

“Para los demás hombres, Dios es el bien. Para nosotros, los artistas, Dios es la belleza”. 

El ser artista lo hacía sentirse especial:

“Nadie ha de comprender con que emoción secreta las más puras bellezas mi espíritu interpreta,
tú lo comprenderás porque tú eres poeta.”

En Angustia II, soneto fechado el jueves 19 de setiembre de 1919, anticipó su próxima muerte: “solo y triste, con la tristeza amarga de quien sabe que va a morir solo”. Su muerte ocurrió en poco más de un mes, en Ayacucho, cuando cayó accidentalmente desde unas escaleras. Sus restos fueron trasladados a Lima para recibir sepultura en el cementerio Presbítero Maestro.

El centenario de la muerte de Valdelomar es ocasión propicia para desempolvar y editar la tesis del P. Cheesman (Por Luis Enrique Cam, tomado del suplemento Variedades del Diario El Peruano).

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(FIN) DOP

Publicado: 4/11/2019