En Perú, el 50.5% de la población sufrió inseguridad alimentaria moderada o severa entre 2019 y 2021, según las cifras más recientes reveladas por "The State of Food Security and Nutrition in the World 2022" de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Es decir, han pasado por episodios en los que han estado preocupados de no tener suficientes alimentos para comer.
Miguel Robles, profesor de la Facultad de Economía e investigador de la Universidad del Pacífico, explica que esta preocupación los puede llevar a sacrificar otras necesidades básicas y/o limitarse a comer lo que está más fácilmente disponible o lo más barato, que típicamente son alimentos de menor contenido nutricional.
Además, el informe resalta que el 20.5% de la población peruana experimentó inseguridad alimentaria severa, lo que significa que, en los 12 meses previos a ser consultados, estos individuos se quedaron sin alimentos y pasaron uno o más días sin comer.
Por otro lado, la desnutrición crónica infantil ha mostrado un estancamiento en su reducción, situándose en 10.1% en 2022. Esto significa que 10 de cada 100 niños en el país están considerablemente por debajo de la talla normal para su edad, debido en gran parte a una deficiente alimentación.
Repercusiones económicas
El impacto económico del hambre se manifiesta en varios frentes. Por un lado, afecta la productividad laboral, ya que las personas en situación de inseguridad alimentaria ven mermadas sus capacidades para trabajar eficientemente.
Además, la educación se ve perjudicada, ya que los niños desnutridos tienen dificultades para concentrarse y aprender, limitando sus futuras capacidades de generar ingresos. “Así, la inseguridad alimentaria no solo afecta la productividad laboral presente, sino que también compromete la futura, dificultando la reducción de la pobreza y el hambre a largo plazo”, comentó el profesor de la Universidad del Pacífico.
Por otro lado, la inseguridad alimentaria y el hambre también incrementan los gastos en salud, pues la población se vuelve más susceptible a problemas de salud como enfermedades infecciosas. Esto obliga al gobierno a desviar fondos que podrían haberse utilizado en inversiones de infraestructura. Además, aumentan las demandas por programas y gastos sociales para atender a la población afectada, lo que, de no atenderse, puede generar inestabilidad social y política, agravando aún más la situación del país.
Alternativas
Según Robles, para combatir el hambre y la pobreza de manera sostenible, es esencial implementar dos políticas clave. En primer lugar, se debe controlar cualquier brote de inflación, ya que afecta especialmente a las personas que destinan gran parte de su presupuesto a la alimentación y necesidades básicas.
En segundo lugar, se debe priorizar el crecimiento económico como objetivo central de la política económica. “Es necesario complementar esto con una política de ayuda social bien focalizada para proteger a los grupos vulnerables durante desaceleraciones económicas. La experiencia peruana muestra que solo con un crecimiento económico continuo y robusto puede reducir significativamente el hambre y la pobreza de manera sostenible”, puntualizó el especialista.
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(FIN) NDP/GDS
Publicado: 31/5/2024