Hace falta mucho para desalentar a un venezolano de que tiente a la suerte en Perú. Con profusión de promesas e invocaciones a divinidades, Santa María de Coromoto -patrona de Venezuela- está particularmente solicitada estos días.
Cindy Charaima, Franco Lonero y Larry Daza dejaron su tierra y la familia sin saber cuándo regresarán. Partieron mochila al hombro. Atrás quedó aquella pesadilla interminable; desde la convulsionada Caracas, cruzaron tres países, en más de 50 horas de trayecto en bus, para llegar al Perú.
Seguir la travesía de los “chamos” pone los pelos de punta a cualquiera, "pero aliviar el hambre de tus hijos es más importante que todo", sostiene Larry Daza, de 45 años, un exfuncionario policial que renunció a su cargo después de 22 años de servicio para venir a nuestro país en busca de una mejor vida.
La ansiedad y el cansancio los acorralaban, pero Tumbes los saludaba. Ya en suelo incaico, abordaron un autobús hacia Lima, con la esperanza de alcanzar “el sueño limeño”, a donde llegaron 24 horas después.
Cambio de destino
Sin embargo, la ardua competencia en Lima los empujó en una dirección distinta a la proyectada y llegaron a Huánuco.
"En la capital, así como se gana, se gasta, pero aquí la vida es más económica, y en un día gano lo que en Venezuela ganaría en un mes. No me equivoqué al llegar", dice Cindy, simpática llanera de 25 años, oriunda de Maracay. Trabaja en la recepción de un hotel ubicado cerca de la plaza de Armas de Huánuco, gracias a que estudió Comercio Exterior.
"Acá vine para arrancar de cero, pero tengo una nena de 14 meses que solo me tiene a mí, y mi objetivo es traerla lo más pronto posible. Aquí, en Huánuco, hay muchas fuentes de trabajo y espero aprovecharlas para ser una buena embajadora de mi país", cuenta.
Amante de los incas
Franco Lonero, administrador formado en la Universidad Antonio José de Sucre y natural de Barquisimeto, llegó a Huánuco para vender las famosas arepas. Su destreza gastronómica le permitió traer a su pequeño hijo hasta Huánuco, la “Ciudad de los caballeros de León”.
Este venezolano, de 29 años, amante de la cultura incaica y especialmente de Machu Picchu, pasa los días en las instalaciones de una pizzería local, donde se ha ganado el cariño de los dueños, tanto así que será el próximo jefe de cocina, gracias a sus raíces italianas.
"Cada día pienso en darle un mejor bienestar económico a mi hijo. Nosotros, los venezolanos, somos como el cazador de la selva, nuestra presa es cualquier oportunidad de trabajo", reconoce.
Cuatro años de crisis
Con una crisis política y social de casi cuatro años, desatada tras la muerte del presidente Hugo Chávez y la asunción al mando de Nicolás Maduro, los venezolanos del exilio en el Perú combaten la resignación y la nostalgia cotidiana observando recuerdos –fotos y postales– que los transportan a su tierra, al “érase una vez”.
Para muchos de ellos, recordar las palmeras de la esquina caraqueña o los olores de la cocina de la abuela en Maracay es un analgésico sentimental, un vestigio en el puntico de la lengua.
"Cuando me despierto cada día, me digo: Larry actúa como si fuera tu primer día en la Policía, pero usa todo lo que sabes hasta ahora y compáralo con lo que tenías cuando llegaste aquí", nos cuenta Larry Daza.
Acostumbrado a las peripecias de Venezuela, pintó un edificio en tiempo récord y así logró hacerse de un nombre en Huánuco.
Lo más importante para él es satisfacer las necesidades de sus familiares que se han quedado en Venezuela, sobre todo, las de su hija de 20 años. "Hay que sacrificarse para que la familia tenga una vida mejor y el objetivo es llegar a salir adelante", apunta.
Con un nivel de desempleo récord en Venezuela, como Larry, muchos venezolanos hacen las valijas, cansados de esperar por una oportunidad que no aparece. "La crisis económica ha hecho que muchos decidan emigrar. Especialmente, los que se quedan sin trabajo y prefieren empezar con una nueva actividad en otro país", dice Larry, pintor de sueños en el Perú.