Marsivit Alejo Gamarra es una adolescente alegre, de voz fuerte, y tiene claro que vino al mundo para ayudar. En plena pandemia y viendo la crisis que enfrentaba su propia familia y varias de su comunidad en Villa María del Triunfo, organizó ollas comunes. Hoy tiene a su cargo Suyakuy Maky, una iniciativa que gestiona alimentos para esas organizaciones.
Marsivit, subiendo las escaleras que su familia y vecinos contruyeron en Paraíso Alto, en Villa María del Triunfo.
Cuando le avisaron que había sido reconocida como Peruana del Bicentenario, Marsivit se quedó de una pieza, recuerda que –cómo lo logré y en qué momento– fue lo primero que pensó porque le pareció normal haber liderado la organización de ollas comunes en Paraíso Alto, en Villa María del Triunfo durante el 2020. Tenía 13 años cumplidos cuando empezó a hacerlo.
Un año después, reconoce que la falta de empleo de su padre a causa de la cuarentena, y la crisis económica que causó en su familia fue suficiente para decidir que lo mejor era actuar y no esperar que las cosas se pusieran color de hormiga en su hogar ni en las casas vecinas que también atravesaban por la misma situación, sobre todo las más débiles, cuenta.
“Una tarde vi en la televisión el aviso de una institución que apoyaba a ollas comunes por la pandemia, así que me comuniqué con ella por WhatsApp, tuve que darle el DNI de mi hermana para evitar dificultades. Se sorprendieron cuando se dieron cuenta que fui yo quien hizo el llamado. Así empezamos. No dudé en hacerlo, sabía que usando la tecnología y con mucha fe iba a conseguir el apoyo”, rememora.
Gracias a Suyakuy Maky asegura los alimentos para ocho ollas comunes que benefician a 300 familias.
Marsivit vive en Paraíso Alto, pasando la entrada de San Gabriel, en Villa María del Triunfo. Para llegar a su casa hay que subir una larga trocha sinuosa que va dejando en el trayecto el ruido de la ciudad, casas de material noble y comercios, para dar paso a asentamientos humanos que bordean la ladera del cerro. El hogar familiar se ubica sobre lo que fue una gran plantación de flor de Amancaes, dice orgullosa.
Tal vez por esa razón, en el lado de la ladera donde su familia ha levantado su vivienda es sorprendente observar los hermosos árboles que han crecido en las puertas de sus casas. La sonrisa de Marsivit es amplia cuando dice que disfruta el aire que respira, y lo inhala. “Amo mi cerro, me siento libre acá arriba, otra energía me rodea. Abajo, en la ciudad, me siento insegura”, afirma.
Con su mamá, Jesusa Gamarra, su gran apoyo para continuar su labor social.
Creer para servir
Ya trascurrieron 20 meses desde que empezó esta heroica aventura. Marsivit ya experimentó la satisfacción de ayudar a las personas más indefensas, como también la impotencia por conocer la desconfianza de algunas que al inicio no comprendieron que la visión de ella es proteger a los últimos de la cadena: los más pobres y los adultos mayores.
Su tarea hasta el día de hoy es gestionar alimentos para las ollas, y lo hace a través de la organización Suyakuy Maky (Mano de Esperanza). La coyuntura actual está más difícil que la del año pasado, por la crisis económica, pero también por la indiferencia de la gente, sostiene. En estos momentos, por ejemplo, apoya a ocho ollas comunes que atienden la alimentación de más de 300 familias.
A Marsivit le gusta el arte y dibujar, quiere ser fotógrafa y comunicadora.
Marsivit tiene el nombre que eligió su padre como impronta de originalidad. No se equivocó, porque esta adolescente que habla como grande cuando se refiere a su labor social, teje amigurumis en crochet y le gusta la aventura, sabe que su misión es servir y ayudar a la gente. “Sé que lo que hago hoy les servirá a mis hermanitos, y a los niños y niñas de nuestro país. Trabajemos unidos para construir el Perú”.
(FIN) DOP/ SMS
Publicado: 22/11/2021