En sus 30 años de ejercicio como enfermera especializada en emergencias y desastres, la licenciada Magaly Marín Tello nunca había visto fallecer por la misma enfermedad a 23 pacientes en una sola noche.
Era el momento más crítico de la primera ola del covid-19 en el Perú, cuando aún no había vacuna, cuando se ordenaban cuarentenas desde el Gobierno y cuando los desacatos de los más jóvenes a las restricciones eran pan de cada día.
En medio de ese panorama, la enfermera Marín Tello batallaba como personal de primera línea desde el Hospital de Emergencia Ate Vitarte, destinado solo para pacientes con coronavirus. Dejó una clínica privada en Miraflores para irse a trabajar hasta el distrito de Ate, donde definitivamente encontró lo que quería: adrenalina.
En pleno trabajo durante la pandemia
"Ingresé al primer mes que se inauguró el hospital y sigo hasta ahora. Cuando entré, había mucha necesidad, no solo de personal. Fui coordinadora del servicio de emergencia, luego tomé la jefatura y ahora estoy en la parte asistencial con asesoría en servicio de emergencia", comenta a la agencia Andina.
Pero nunca imaginó que el covid traería tanto sufrimiento y que ella sería testigo en primera persona: "Jamás en mi vida he visto fallecer a 23 pacientes en una noche. Algunos llegaban conscientes, con compromiso pulmonar elevado, te cogían la mano y te pedían 'no me dejen morir'".
Hoy, a dos años de la
primera declaratoria del estado de emergencia por covid-19, Marín Tello recuerda que en la primera ola, debido a la escasa cantidad de ventiladores y cánulas nasales de alto flujo, debía tomarse decisiones difíciles sobre a quiénes salvar. "Había 13 pacientes y solo un ventilador...no podíamos decirle a los demás 'no hay cama UCI' o 'no hay ventilador' porque se iban a deprimir".
En la cresta de la primera ola, la mayoría de los fallecidos fueron adultos mayores. "Ese fue el precio que se pagó como consecuencia de la sordera de la juventud", dice al recordar las noticias de las fiestas covid y la negativa de algunos a quedarse en casa.
Esta enfermera natural de Ascope (La Libertad) reflexiona sobre lo que pasó en los dos años de pandemia y asegura que los abuelos, quizá por ser de otra generación, fueron los que más cumplieron las restricciones; sin embargo, agrega, la juventud se rehusaba a querer confinarse o a ponerse mascarilla. "No supieron que esa desobediencia causaría la muerte de muchos familiares mayores".
En la segunda ola, añade, he visto morir a gente más joven y en la tercera ola, cuando ya había vacunas, llegaban a UCI quienes no se habían inmunizado. "Lo gracioso es que ellos, cuando ya mejoraban pero aún estaban internados, le decían por teléfono a sus familiares que se vacunen. Lamentablemente nos tenemos que golpear para entender el dolor".
Su madre como paciente
Si bien uno de los momentos más difíciles que le tocó vivir fue enterarse del fallecimiento de familiares de colegas que laboran en el mismo hospital, la circunstancia más dura -señala- ocurrió cuando su mamá estuvo en UCI, también por covid-19, y debió ser entubada.
"Mi mamá estuvo 47 días en UCI, con pronóstico reservado. Primero con cánula de alto flujo, luego con ventilador, se reinfectó en tres oportunidades. Siempre le tendré cariño al hospital porque, todos, dimos lo mejor de nosotros con cada paciente y así fue con mi madre".
Con su mamá, que pasó 47 días en UCI
Ante la negativa de doña Olga de aceptar la entubación, tuvo que sedarla. "Le dije que le íbamos a llevar a una tomografía, pero la llevábamos a UCI para que la entuben y esa fue la circunstancia más dura para mí porque no sabía si ella volvería a despertar, si sería la última vez que hablaríamos".
Ahora, cuando le recuerda dicho momento a su mamá, ésta la acusa diciéndole: ¿fuiste sorda no? Pero luego sonríe y llora. Y repite nuevamente que Dios actuó por medio del personal de salud, que debe haber un plan para ella, pese a sus 68 años de edad.
Gracias totales
Pero el trajinar de esta enfermera por el hospital covid de Vitarte no solo está lleno de momentos dramáticos sino de mucha alegría y gratitud, por ejemplo cuando los pacientes salen de alta después de haber estado internados 40 o 50 días.
La licenciada recuerda con especial cariño a aquellos adultos mayores que salieron de alta delgados, debilitados, con la motricidad débil y la voz ronca. "Ellos te dan las gracias con los ojos brillantes, es un 'gracias' de verdad. Afuera los esperan familiares, se besan, se abrazan y lloran. Eso es muy emocionante y no se puede describir".
Madre de dos hijas, una de las cuales ya estudia medicina, la licenciada Magaly considera que el agradecimiento de cada paciente en estas circunstancias también es una bendición para su familia y para poder hacer las cosas cada vez mejor.
Marín Tello con sus colegas del hospital
"A veces Dios, en su misericordia, actúa a través del ser humano. Yo me siento comprometida para que un paciente salga del hospital vivo, sé que eso traerá felicidad a una familia entera".
Cuando falta poco para el final de la tercera ola, Marín Tello asegura que la epidemia del covid-19 fue la crisis más letal que ha pasado la historia del país.
Por eso, advierte, no podemos decir que la epidemia ya acabó; mientras todavía exista el covid tenemos que seguir teniendo cuidado porque así como hubo brotes del delta, mutaciones del ómicron, no sabemos qué puede aparecer a futuro. "Ojalá que acabe pero no nos olvidemos que hay personas que no se llegaron a poner ni una sola dosis y por allí siempre habrá un riesgo".
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(FIN) RRC