En América Latina, se encuentran tres de las cuatro especies de tapir que existen en todo el mundo: el tapir de montaña o andino (Tapirus pinchaque), el tapir de tierras bajas o amazónico (Tapirus terrestris), y el tapir centroamericano (Tapirus bairdii). Estudios científicos indican que los fósiles más antiguos pertenecientes al género Tapirus datan de hace aproximadamente 30 millones de años.
Estos nobles animales son verdaderos guardianes de los ecosistemas forestales, cumpliendo un papel vital como arquitectos o jardineros del bosque. Su capacidad para dispersar semillas de plantas y frutas en diversas áreas fomenta el crecimiento y la diversidad de la vegetación, revelando las consecuencias nefastas que acarrearía su eventual desaparición en estos frágiles entornos naturales.
El tapir de montaña, habitante de los Andes de Ecuador, Colombia y el norte de Perú, se encuentra confinado en un territorio de aproximadamente 3,140,000 hectáreas. No obstante, este hábitat se ha visto menguado con el tiempo debido a la fragmentación de los bosques, producto principalmente de cambios en el uso del suelo provocados por actividades humanas como la agricultura, la ganadería y la construcción de carreteras.
Estos pacíficos mamíferos, aunque de naturaleza crepuscular y no agresiva, son extremadamente susceptibles al peligro, tendiendo a huir ante cualquier señal de amenaza. Por lo general, dan a luz a una sola cría después de un período de gestación que ronda los 11 meses.
A pesar de su considerable tamaño, los tapires enfrentan una triste realidad: su existencia está amenazada. Tanto el tapir de montaña como el tapir centroamericano son catalogados como especies en peligro, mientras que el tapir de tierras bajas se encuentra en una situación Vulnerable, según los registros de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
Del mismo modo, el tapir amazónico , se encuentra incluido en el Apéndice II de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), lo que atestigua su delicada situación. Con una población adulta que no supera los 2,500 individuos, según la UICN, se le clasifica como en peligro. En Perú, su estatus es aún más alarmante, siendo categorizado como En Peligro Crítico de extinción.