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Payasos en tiempos del covid-19: las historias de Mochoqueque, Pitilla y Canchita

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17:14 | Lima, jul. 20.

Por José Vadillo

Las Fiestas Patrias del 2020 serán atípicas: sin payasos ni circos. Mochoqueque, Pitilla y Canchita pertenecen a familias profesionales de la risa. Con ellos damos una mirada sobre este arte bajo el telón de la pandemia del covid-19.

Mochoqueque


Desde el día en que, hace 57 años, César Chumacero nació, solo sabe que la vida es un eterno transcurrir entre carpas de circo. Y el nombre artístico de Mochoqueque se lo debe a un mercado chiclayano donde recibió sus primeros aplausos del respetable.

César tenía 20 años cuando debutó en el arte que había heredado de su padre, el famoso payaso Tony Rabanito (Augusto Chumacero Guerrero). Fue justamente él quien lo bautizó como Mochoqueque.

A diferencia del grueso del gremio de los payasos peruanos, que solo se dedican al circo durante la temporada de Fiestas Patrias, Mochoqueque y la treintena de integrantes del circo de Tony Rabanito viven de las carpas los 365 días del año. Recorren los pueblos entre las regiones Lambayeque y Piura. 

Por “oriente”, llegan hasta Jaén (Cajamarca) y Rioja (San Martín).  Pero todo cambió desde el 16 de marzo, cuando se inició la emergencia sanitaria nacional por la pandemia del covid-19. Desde entonces, las carpas de los circos permanecen tristes y cerradas.

La carpa de los Chumacero espera mejores tiempos en Pimentel. Al comienzo, recibieron la ayuda de los vecinos en víveres. De lo que están “muy agradecidos”. Pero ya han pasado cerca de cuatro meses, y los artistas circenses han tenido que salir, caracterizados, a buscarse el día a día vendiendo sus productos: la canchita pop corn, los turrones, las manzanas acarameladas… 

Pitilla


Marilú Rest Diche es nieta, hermana y sobrina de payasos. Sin embargo, Pitilla no es como la gran mayoría, que se dedica exclusivamente al arte. Es secretaria del gobierno regional del Callao, guía turística, capitana del Cuerpo General de Bomberos en actividad y madre de una jovencita de 18. Pero hacer que la gente ría ocupa un lugar importante en su vida.

Es nieta de Hugo Muñoz, el famoso Pitillo padre, quien llegó en los años sesenta al Perú procedente de Chile, como llegan los payasos: trabajando en un circo. Su hermano César es el payaso Cuchito. Y su tío, Hugo Muñoz hijo, es el famoso payaso Pitillo, del Circo de la Alegría.

Marilú dio el paso decisivo justo cuando su tío se enfermó de cáncer. Su abuelo, Pitillo papá, se quedó sin “pareja cómica” y ella le dijo: “Yo sé todas las rutinas, papá”. Pitilla debutó en una fiesta infantil en el distrito de La Victoria. De eso, hace 29 años.

“Yo soy payaso, vengo de una familia de payasos. No por ser mujer soy la pintacaritas o la que hace un concurso. Yo me desarrollo tal cual un hombre: recibo las cachetadas; sé hacer las caídas que los payasos sabemos fingir; sé impostar la voz y todo eso. Eso es lo que me diferencia. Yo soy mujer payaso, no soy la payasita que trae los globitos, que se vistió bonito”, explica.

Lo de la comicidad es una responsabilidad muy delicada, me ilustra Marilú. “Vengo de la escuela chilena. Es un humor blanco, para que lo disfrute un niño de 3 años y el padre de familia. Y es una responsabilidad. En nuestro caso, nunca nos hemos permitido que nos vean con un cigarrillo o licor o con pareja. Protegemos mucho la ilusión”, comenta.

Ahora, en tiempos de la pandemia, y a pesar de los esfuerzos que se hace para los shows virtuales, no es lo mismo, dice, el mirar por un “orificio pequeñito” al contacto directo al público. El día que levanten el telón de la pandemia, Pitilla y toda su familia volverán a ser felices.

Canchita


El alter ego de Christian Oré es el payaso Canchita. Heredó el arte de su papá, Luis Enrique Oré, quien hasta hoy trabaja con el nombre de payaso Trompetín. Pero cuando le dijo que también quería ser payaso, papá le recordó todo lo que se sufre optando por el arte de las narices rojas. Christian se juró demostrar que hay otra maneras de realizar el trabajo del payaso al “oiga, caballero”.

Con esa premisa, dirige desde hace siete años la Escuela Experimental del Payasos (EEPA), donde ya se han “graduado” más de un centenar.

“Hoy, ser payaso no es solo ponerme una nariz y pintarme la cara. Por eso estaba tan mal visto el payaso. Tenemos más
centros de enseñanza, más escuelas de claun y el payas está mejor formado”, comenta.

Por las medidas de distanciamiento social, los hombres de caras pintadas y chalupas no saben si reír o llorar: ya no
cuentan con sus ingresos regulares y los payasos sobreviven haciendo serenatas desde las puertas de las casas.

Son tiempos difíciles y muchos de estos artistas se maquillan para salir a recorrer las calles y tratar de vender
algunos dulces. Otros se paran en los semáforos a hacer breves y lograr el cariño de unas monedas. Y terceros venden
mascarillas u otros productos de la era del covid-19.

Se les puede decir que hagan show en las plataformas virtuales, mas Christian recuerda que para muchos de
sus colegas una laptop es un objeto de lujo con el que no cuentan. Entonces, la adaptación a la nueva realidad es
más lenta. “Yo puedo dictar las clases online y ahora organizar el FIPON de manera virtual, pero no todos mis compañeros tienen esa suerte”.

Canchita, Pitilla, Mochoqueque y sus colegas están atentos a lo que vendrá con los protocolos de bioseguridad para retomar sus shows. “Vamos a hacer como los supermercados, seguramente desinfectar a la gente cuando ingrese, mantener la distancia social entre sillas o graderías.

Si Dios quiere, vamos a reabrir pronto. Y estaremos listos para que realicen las inspecciones. Hay que tener paciencia”, dice César Chumacero. No es broma. Palabra de payaso.

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(FIN) JVV/RES

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Publicado: 20/7/2020