Uno de los sucesos arqueológicos más importantes de este siglo en Perú es el hallazgo de los restos humanos y ajuar funerario de la sacerdotisa de Chornancap. ¿Cuándo, dónde y cómo se produjo su notable descubrimiento?, ¿Quién fue este personaje prehispánico y qué significó su revelación para la arqueología peruana?
Este impresionante descubrimiento, a cargo de un equipo liderado por el arqueólogo peruano Carlos Wester La Torre, actual director ejecutivo de la Unidad Ejecutora N° 005 Naylamp-Lambayeque del Ministerio de Cultura, confirma el rol protagónico de las sacerdotisas en la costa norte del Perú y abre el debate sobre el acceso de la mujer al poder y la religiosidad.
Huaca Chotuna
El complejo arqueológico Chotuna-Chornancap está situado a 8 kilómetros al oeste de la ciudad de Lambayeque y a 4.5 kilómetros aproximadamente de la línea de la playa de San José. Políticamente se ubica en el distrito, provincia y departamento de Lambayeque, en la costa norte peruana.
Limita por el norte con la Comunidad Campesina de Mórrope (distrito Mórrope); por el sur con la Comunidad Campesina de San José (distrito San José); por el este con campos de cultivo y la ciudad de Lambayeque (distrito Lambayeque); y por el oeste con campos de cultivo y el Océano Pacífico (distritos de San José y Mórrope).
El complejo Chotuna-Chornancap es un importante monumento arqueológico. Conserva gran parte de su monumentalidad, casi intacta a pesar del paso de los años y la acción depredadora del hombre. Se emplaza sobre una extensa llanura arenosa, cubriendo un área aproximada de 95 hectáreas.
Su superficie está formada generalmente por la presencia de dunas estables, algunas de las cuales se hallan sepultando parcialmente importantes estructuras arquitectónicas; otras posiblemente han cubierto totalmente edificaciones o rasgos arquitectónicos menores.
Tumba de la Sacerdotisa de Chornancap
En el marco del programa de investigaciones arqueológicas del Proyecto Chotuna-Chornancap, de la Unidad Ejecutora N° 005 Naylamp-Lambayeque del Ministerio de Cultura, en el mes de febrero de 2011 se inició la excavación de un montículo ubicado a 80 metros al sur de la Huaca Chornancap, en el cual se documentó una compleja arquitectura que consiste en un pequeño “palacio” que presenta aposentos, espacios rituales, áreas para festines, depósitos, espacios abiertos a manera de plazas, entre otros, que revelarían la presencia de una importante autoridad de la jerarquía Lambayeque que debió habitar en estos espacios y desarrollar actividades rituales.
Al documentar la arquitectura palaciega, se identificaron hacia el norte del altar principal un conjunto de “intrusiones”, las cuales se excavaron sistemáticamente desde agosto de 2011. En el primer grupo se registraron importantes ofrendas y el entierro secundario de un personaje de estatus con ofrendas de cobre (cuchillos, tocado, bastón, discos calados, etc.) y un acompañante. Este hallazgo constituyó un revelador indicio de la posible existencia de otros contextos funerarios. En consecuencia, la última intrusión que se excavó en el palacio de Chornancap, se trató de un área de aproximadamente 10 metros cuadrados, cuya apertura progresiva permitió definir los primeros indicios de una tumba muy significativa.
En el lado oeste del corte de la tumba se halló un agrupamiento de vasijas de cerámica de la más fina calidad artística y tecnológica, asociadas al estilo Cajamarca, que se caracteriza por elaborar cerámica con arcilla conocida como caolín, pero sobre todo que muestra un característico sello de color, acabado y decoración.
El conjunto de ofrendas de cerámica, representada por platos, cuencos, finas jarras, “floreros”, que revelan a simple vista la extraordinaria belleza e inconfundible identidad cajamarquina definida a partir de las imágenes pintadas tanto en el interior como exterior de las mismas, corresponderían a lo que se conoce como estilo Cajamarca Costeño.
En la parte este de la tumba, en el mismo nivel de la cerámica Cajamarca Costeño, se definió un conjunto de ofrendas de cerámica con la clásica representación de botellas de doble cuerpo en forma de Spondyllus y vasijas escultóricas, de clara filiación cultural Lambayeque Tardío (1100–1350 d.C.). Estas ofrendas constituyeron un claro indicio para confirmar la hipótesis sobre la existencia de la tumba de un personaje de alta jerarquía, que estaba recibiendo ofrendas simbólicamente diferenciadas en su sepultura.
Al retirar las ofrendas de cerámica, se hallaron dos mantos o telas pintadas: uno extendido hacia el este y el otro doblado al oeste. El primero de estos posee forma rectangular de 6 metros cuadrados y presenta una reveladora simbología que identifica un tema emblemático y recurrente en la iconografía de la Cultura Lambayeque, que es conocida como la Ola Antropomorfa, presenta, además, en el centro 90 discos de cobre de 12.5 centímetros de diámetro.
El segundo manto, con las mismas características, fue colocado en el extremo oeste de la tumba y doblado en dos partes. La recuperación de esta singular ofrenda significó un reto, pero sobre todo una oportunidad de documentar en forma detallada todos los elementos que forman parte de este ornamento. La temática iconográfica que presentan ambos mantos aludiría evidentemente a una clásica composición de la Luna y el Mar, dos escenarios trascendentales en la vida de la sociedad lambayecana y sobre el cual el personaje sepultado habría tenido acceso como parte de los elementos ideológicos que identifican su condición y jerarquía semidivina.
Retirados los mantos, a pocos centímetros se identificó una estructura de planta ovoidal y en el interior una superficie compuesta por una capa de barro que registraba las improntas de pisadas de tres personas que habrían preparado barro, como si este acto se tratase de un ritual del cierre de la tumba, en una especie de “danza”, que constituye un evento inusual en contextos funerarios pero que indica la complejidad del ritual del enterramiento de la personalidad sepultada.
Efectuado el registro de este evento, a un metro se identificó un telar llano de algodón nativo color pardo que se hallaba en muy mal estado de conservación, que cubría al fardo funerario.
Contacto con la Sacerdotisa de Chornancap
Era el día 18 de octubre cuando al promediar las 10 de la mañana a 1.30 metros de la ubicación del manto pintado, se halló lo que se venía esperando. Desde el fondo de la tumba emergió un rostro imperturbable originado por la extraordinaria y clásica cara-máscara Lambayeque, con ojos alados y la representación, en cobre, de lágrimas que caen de sus ojos y que expresarían el sollozo de un rostro divinizado que en la sepultura muestra un revelador y metafórico mensaje rumbo a la otra vida.
Adicionalmente, se aprecia en la nariz de la máscara un elemento alargado que da la apariencia de secreción nasal que cae de su nariz y constituye el complemento a esta simbólica composición. Una corona de cobre plateado, colocada sobre la cara-máscara confirma el estatus del personaje sepultado, así como también un collar de 21 discos de cobre. Estos objetos reposaban sobre el fardo funerario recubierto por discos de cobre como círculos concéntricos.
Curiosamente, el ataúd está ausente en este contexto, hecho que ratifica la tradición Lambayeque de enterrar a sus personajes envueltos en fardos. También aparece un objeto de cobre a manera de un bastón en cuyo extremo superior se aprecia la silueta en forma romboidal, asociado a un círculo, dando la impresión de una especie de asta muy característica en la iconografía Lambayeque. Un pequeño cetro elipsoidal en cuya cima aparece la imagen laminada, recortada y calada del conocido y mítico personaje ave Ñaylamp en cobre dorado.
Al iniciar la excavación del fardo funerario propiamente dicho, uno de los primeros ornamentos en aparecer fue el pectoral de concha blanca (conus) que cubre toda la región principal del individuo. Aparecieron también tres deslumbrantes pares de orejeras de oro: la primera con la representación de un personaje visto de frente con bastones a cada mano y con un gran tocado semilunar; otra con un círculo central y al borde el diseño de la Ola Antropomorfa; la tercera con diseño circular y en el borde una imagen en forma de estrella. Otros pares de orejeras de plata revelan también la compleja simbología; entre estos destaca un par de orejeras de plata con unpersonaje de frente y un bastón a cada mano (similar al de oro); y otro con la conocida representación del “animal lunar”.
Una sorprendente corona de oro laminada y calada muestra una escena compuesta en la que una “mujer con extremidades superiores e inferiores que rematan en forma de garra reposa sentada sobre la luna creciente y tiene un telar al frente"; esta se halla en el interior de un típico palacio Lambayeque con doble techo con la conocida forma del ave mítica. Esta imagen alude al parecer al ser lunar que aparece en el área andina desde épocas muy tempranas.
Un primer vaso en forma alargada de cobre plateado ubicado al lado derecho de la extremidad superior del personaje se convierte en el ornamento que también cumplió la función de sonaja y permite identificar o vincular al individuo sepultado con otras representaciones en el arte de la cultura Lambayeque. Dos grandes cuchillos de cobre hacia la parte media del fardo, y decenas de vasijas de cerámica Lambayeque y Cajamarca Costeño complementan el contenido de la compleja parafernalia ritual.
Un ornamento de extraordinaria calidad artística elaborado en lámina de oro aparece hacia la parte superior izquierda del personaje principal (a la altura de la mano izquierda) y evidentemente revolucionó el contexto funerario pues confirma indiscutiblemente el elevado estatus del individuo que lo usó en vida. Se trata de un bastón ceremonial o cetro de mando de oro de aproximadamente 23 centímetros de largo con un extremo alargado laminado con la representación de un clásico personaje Lambayeque, que aparece de pie sobre un podio con el gesto ritual con los brazos en alto, en aquella conocida actitud de “Mochar” (besar el aire).
El personaje presenta elementos repujados en su rostro y calados hacia los lados de su cuello; y hacia los extremos emergen felinos estilizados (conocidos también como dragones) y sobre su cabeza una pequeña corona como si se tratara del cuerpo de un ave en picada.
Adicionalmente, como complemento aparece el techo de un palacio Lambayeque con la clásica representación del cuerpo del ave mítica, llamada por el historiador Jorge Zevallos Quiñones (1971-1989) como el ícono punta rectángulo punta.
En este techo se aprecia también repujado el símbolo de la voluta u ola marina decorando los lados, al cual se han adicionado piezas móviles a manera de colgajos que generan un sorprendente efecto visual. Este ornamento expresa una imagen divina de reconocida difusión en el arte Lambayeque y que corresponde a una deidad que aparece con el mismo gesto, pero asociado a diferentes elementos en el territorio de la costa norte.
Otro objeto que por su soberbia calidad artística ha deslumbrado, lo constituye un pequeño cuenco de plata con complejas escenas repujadas en la superficie externa. Muestran un mensaje de profundo contenido religioso y simbología que incluye el mar, aves, felinos, serpientes y seres mitológicos que, en suma, expresa parte del universo ceremonial de esta sociedad o probablemente guarda una historia que cuenta el viaje de estos personajes por el mar como medio para lograr su divinización. Sin duda, este cuenco, que podríamos calificar como el “cáliz Lambayeque”, formó también parte del contenido del fardo y constituye uno de los principales bienes de la función sacerdotal del personaje sepultado.
Láminas de cobre plateado recamadas debieron representar las vestimentas, así como láminas ovaladas que dan la idea de plumas, en clara alusión a la simbólica y aparente condición “ornitofomorfa” del individuo sepultado. Aparecieron también complejos pectorales de miles de cientos de cuentas de concha Spondyllus de color blanco, rojo y turquesa, así como Conus y Strumbus que deben contener singulares iconografías cuya recuperación fue todo un reto; vasos bimetálicos de oro y plata reafirman el mensaje de la dualidad presente en este contexto funerario, láminas repujadas con diseños de personajes asoman en la tumba, y un par de collares de idolillos de oro y plata refuerzan la condición importante del personaje .
Al retirarse los objetos del fardo funerario se definió claramente la osamenta del personaje central pues portaba brazaletes de esferas de oro y otro par de concha con diseños aún no determinados. Al retirar la lámina de cobre plateado que cubría el rostro del personaje se aprecia en su real magnitud el cráneo que luego de las evaluaciones realizadas por los antropólogos físicos Mario Millones (Perú), Haagen D. Klaus (USA) y Catherine Gaither (USA) certificaron que se trataría de un personaje de sexo femenino entre 45 a 55 años de edad que presenta una deformación craneal occipital típica de personajes de elite (tal como se registran para la sociedad mochica).
Esta identificación produce un inusitado cambio en la perspectiva interpretativa acerca del personaje y de la sociedad Lambayeque en su conjunto, pues tradicionalmente se entendía que sólo los personajes varones tenían acceso al poder político y religioso salvo las sacerdotisas excavadas en la década del 90 en el sitio arqueológico San José de Moro de Chepén (Castillo y Donnan 1994). La confirmación del sexo femenino del personaje central nos sitúa en una condición interpretativa singularmente extraordinaria al tener la oportunidad de documentar científicamente a una de las primeras sacerdotisas de la Cultura Lambayeque.
La revelación del sexo del personaje central acompañada por todo el conjunto de ofrendas que se han encontrado en individuos que forman parte del contexto funerario en su compleja tumba, nos permitirá conocer las posibles actividades ceremoniales que desempeñaba este personaje y su relación con la población en el escenario jerárquico, pero sobre todo los vínculos que fue capaz de mantener con espacios próximos como Cajamarca, La Libertad y especialmente Ecuador, generando una esfera de poder muy compleja y de grandes distancias y acceso a recursos y bienes exóticos.
Importancia y aporte del hallazgo a la arqueología
El arqueólogo Carlos Wester La Torre destaca que resulta importante el hecho de que esta sepultura forme posiblemente parte de un conjunto de sepulturas de personajes de la elite Lambayeque que mantienen a Chornancap como uno de los escenarios religiosos de singular valor ceremonial por su cercanía al mar, considerado éste, además, como el territorio del legendario y mítico Ñaylamp.
“Hoy sabemos con mayor autoridad científica que las antiguas sociedades de nuestro país, especialmente la Lambayeque (al igual que sus antecesores los mochica), incorporaron a mujeres en el ámbito del poder y del manejo de la religiosidad. Sea esto por razones de incluir al género en el espacio del poder, o como un recurso de naturaleza estrictamente política”, subraya.
“El individuo está ubicado sentado al oeste de la tumba junto a sus ornamentos de rango religioso y divino. Esta posición resulta intencional debido a que al oeste se ubica el mar, lugar de la aparente procedencia de sus ancestros, y el individuo estaría relacionado simbólicamente a la temática Ola Antropomorfa. Tal vez esta sacerdotisa representa la cabeza de la ola que aparece frecuentemente en el arte de la Cultura Lambayeque. El individuo mira al este, que es el escenario del territorio del reino de la Luna, elementos de su total dominio y que permiten aproximarnos a que la sepultura hace alusión a su capacidad simbólica de ingresar a la profundidad del mar, volar como ave (Narvaez 2011), o aproximarse a la luna, que es el elemento celeste; características que muestran a un ser divinizado en su época e inmortalizado en su tumba. La sacerdotisa estaba acompañada por una mujer muy joven en su cabecera asociada a un camélido, tres acompañantes al sur y dos al norte, un acompañante al este y la cabeza de un último individuo”, explica.
Sostiene que hay algunos detalles que por la propia naturaleza y magnitud del hallazgo han empezado a remarcarse. “El Complejo Chotuna-Chornancap, asociado a la tradición oral de la leyenda de Ñaylamp, empieza a tener sentido, porque los personajes que habían sido los protagonistas en la narrativa de esta historia, no habían podido documentarse en el territorio donde aparecen según el relato, y hoy la tumba, ubicada en el Palacio de Chornancap, permite identificar el estatus del personaje, su autoridad política y religiosa, pero sobre todo reconocer las relaciones que habría establecido no sólo en el ámbito local, sino macro regional”, apostilla.
Con respecto a los categóricos argumentos arqueológicos documentados en Chornancap, Wester La Torre afirma que resulta indiscutible que la arquitectura del trono al norte y el palacio al sur de Chornancap constituyen elementos que reflejan no sólo una lectura espacial y de función, sino un mensaje de la existencia de una élite que hoy podemos reconocer gracias al magistral relato de Ñaylamp.
“Todo hace indicar que los elementos registrados en la tumba concurren en un mensaje donde el mar y las aves constituyen los principales íconos, de igual forma como es reportado en la leyenda. El acontecimiento del hallazgo del fardo de la sacerdotisa significa, para nuestro entender, el inicio de un extraordinario camino que convertirá la leyenda del misterio en realidad”, indica.
Epitafio sobre la muerte
“La muerte en el pasado constituyó una oportunidad para las elites a través de la cual reafirmaban su prestigio, poder y autoridad ante la población de su tiempo. Por ello era desarrollada como rituales y ceremonias públicas de singular impacto, donde expresaban religiosidad y principios ideológicos, materializados en objetos con símbolos que revelan una compleja filosofía. Hoy la exhumación de los restos de estos personajes significa el encuentro y descubrimiento con la capacidad creadora de los hombres de estos pueblos que mediante los rituales de la muerte y sus ofrendas cuentan su historia como el testimonio imperecedero de su larga e ininterrumpida vida.”, finaliza.
Toda esta información ha sido tomada del libro
“Sacerdotisa Lambayeque de Chornancap: Misterio e Historia”, cuyo autor es el arqueólogo
Carlos Wester La Torre, publicado en 2012 con el auspicio del Ministerio de Cultura. El contenido completo puede descargarse en el siguiente
enlace.
Expertos reconstruyen rostro de la sacerdotisa
En diciembre de 2012 se presentó en el museo Brüning el busto con el rostro de la sacerdotisa de Chornancap, reconstruido con ayuda de moderna tecnología por los investigadores estadounidenses Haagen Klaus y Daniel Fairbanks, de la universidad del Valle de Utah.
Tras cinco meses de investigación de la osamenta, ambos expertos elaboraron una réplica del cráneo en arcilla plástica y, después de un complejo proceso, lograron la configuración total de la cabeza y la consecutiva proyección del rostro del personaje que fue develado al público para que se tenga una idea de cómo pudo haber sido el rostro y el resto de la cabeza de la notable autoridad religiosa del Perú antiguo.
(FIN) LZD/MAO
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