Andina

El abrazo del alma en los tiempos de la pandemia

Obstetra del Hospital María Auxiliadora que no veía a su única hija hace 72 días recibe una sorpresa de amor

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15:00 | Lima, may. 28.

Por Ana María Bendezú

Debo confesar que cada día de confinamiento ha sido más largo que el otro, pero en especial lo fue aquel martes. 72 días pasaron para que, por fin, pudiera ver a mi madre. Desde que me llamaron a decirme que por la tarde le haríamos una sorpresa televisada a nivel nacional, mi corazón no podía latir más fuerte que nunca.


Una persona como yo, periodista, acostumbrada a las cámaras tenía más temor que cualquier primeriza. El estómago me dolía y los nervios se apoderaban de mí, pero mis ganas de abrazarla, así sea a través de algo que nos separaba y protegía a la vez, eran más fuertes. 

Siempre hemos estado juntas, tengo más "mamitis" de lo que una vez creí. Días antes del aislamiento social obligatorio habíamos pasado las mejores vacaciones de nuestras vidas en Argentina y Uruguay, sin imaginar que al regreso un maldito virus nos separaría como nunca. 

Emoción y miedo


En medio de una pandemia mundial que en nuestro país bordea los 4 mil fallecidos, mi mamá Ana María Sanz Ramírez trae vida. Hace 20 años trabaja como obstetra en el hospital María Auxiliadora. Hoy en día, por el covid-19, hace guardias de 24 horas en medio de la incertidumbre de que la paciente que atiende pueda tener el coronavirus. 

Su regreso a casa es otra historia. Entre taxis y el tren eléctrico que ya tiene más del 40% de sus usuarios contagiados, según las últimas pruebas rápidas que se hicieron. Escuchar cada noticia y saber que el tiempo aún es tirano para nosotras no solo me aterra sino que el temor se apodera de mí al pensar que el covid-19 me pueda alejar para siempre de mi mamá.

Cuando me propusieron hacerle esta sorpresa y poder verla tuve nervios, emoción y más miedo. No nos hemos visto estos días para evitar ponernos en riesgo, pero sabía que esto sería con todas las precauciones del caso que tendría la producción a cargo. Además, era  su cumpleaños. 

"No quería soplar su vela de cumpleaños sola..."


Ella me había dicho que no quería que le mande una torta porque no quería soplar la vela sola. Se me estrujo el corazón, y esto me hizo decir más rápido sí. Llamé a mi papá a consultarle, a mi jefe, a mi esposo y todos me dijeron un rotundo sí, hazlo. Mi mamá ni sospechaba. 

Ese martes fue como cualquier otro día de guardia. Nos comunicamos como todos los días, ahora mucho más que antes que aparezca el covid-19 en nuestras vidas. Esperé las 3:30 de la tarde como si fuese mi primera cita. Alisté todas mis medidas de protección y recibí al equipo periodístico de Frecuencia Latina que llegó a mi casa. 

Viaje interminable


De aquí partimos a San Juan de Miraflores, uno de los distritos de alto riesgo de contagio considerado por el Ministerio de Salud. El viaje se me hizo interminable en medio de una entrevista que me hacía llorar por debajo de unas dos mascarillas. Al llegar al hospital, todo el equipo de producción nos esperaba. Ahí pude ver el panel a través del cual abrazaría a mi mamá después de 72 días. 

Ella estaba adentro, sin imaginar que minutos después podría ver a su única hija en vivo y en directo y ya no a través de un teléfono celular. Me pusieron todos los implementos de bioseguridad, me desinfectaron. Nadie se me acercó. El hospital parecía un cementerio: silencio y oscuridad. Lejos estaba el bullicio y las personas que a diario acuden a las consultas externas que se han suspendido desde que empezó la emergencia. 

"Ya no llores hijita..."


Yo ya estaba lista. Mi mamá estaba en la dirección acompañada de los médicos que eran entrevistados por la periodista Thais Casalino. Varios minutos habían pasado cuando escuché “Ya salen”. Jugaba con mis manos, pero esperaba quieta. Y ¡al fin la vi! Ninguna pantalla de celular nos separaba; estaba a pocos metros. Solo quería salir corriendo y abrazarla. Cuánto tiempo había pensado en cómo sería nuestro reencuentro. Me imaginé mil veces abrazándola y llorando. Y así fue. 

Mi mamá vestida con su traje guinda de obstetra, con sus lentes y su mascarilla. Yo ni me reconocía, pero ahí estaba lista para el abrazo. Quería que ese momento sea eterno. Ella reía, de nervios y sorpresa. Una mujer dura y derecha, pero amorosa como ella sola. Que te abraza y te pregunta mil veces si la quieres. La mujer que me da calma y paz. Eso fue lo que sentí en ese momento. Por fin, mamita, solo le repetía. “Ya no llores, hijita. Estoy bien”, me decía.


Después de este día no sé cuándo la volveré a ver. Seguro que el aislamiento social terminará en algún momento y las medidas se ablanden, pero ella continuará con su trabajo en un hospital de alto riesgo. La alerta roja para el personal de salud también continuará y ellos no podrán pedir ni vacaciones ni licencia. 

Cuando empezó la cuarentena solo pensaba en todos los planes que quería programar, a quiénes quería volver a abrazar, salir, viajar, etc. Un día vi una oferta de viajes y le dije “mamá, compremos y nos vamos”, ella me respondió “y sí me muero?”. Desde ahí no he vuelto a pensar en el mañana. 

En el cumpleaños de mi mamá, este fue un regalo para mí. Gracias mamá porque en medio de una terrible pandemia mundial que ha dejado más de 350 mil muertos tú me enseñas que hay que luchar, que hay que seguir pase lo que pase. Y mi corazón sigue palpitando con fuerza recordando ese abrazo que te di con el corazón, con el alma, con todo mi ser. 

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(FIN) ABS/JAM/RES

 




Publicado: 28/5/2020