El Ministerio de Cultura declaró como Patrimonio Cultural de la Nación a la pintura tradicional de Sarhua, conocida como Tablas de Sarhua, del distrito de Sarhua, provincia ayacuchana de Víctor Fajardo, por constituir una herencia transmitida desde tiempos prehispánicos, siendo considerada una vía de comunicación, así como el medio para generar directrices que organicen la vida social del pueblo.
Mediante una Resolución Viceministerial publicada hoy en el Diario Oficial El Peruano, se establece que este reconocimiento responde también a que la
pintura tradicional de Sarhua promueve la manifestación de la creatividad andina y la conservación de la memoria familiar y colectiva, reproduciendo un modo particular de representación de los mundos interiores y exteriores de Sarhua, aquellos que incorporan visiones sobre ellos mismos, pero también sobre los otros.
Asimismo, por representar un elemento cultural genuino del pueblo que sustenta la especificidad de la cultura e historia sarhuinas, ámbitos que en función de la antigüedad y vigencia de ciertos elementos, estilos y técnicas, fortalecen la identidad y el sentido de pertenencia a la comunidad.
Historia
En los considerandos de la norma se indica que cuando se menciona a la pintura tradicional sarhuina se hace referencia específica a las famosas
Tablas de Sarhua, conocidas también como
tablas pintadas, “qellqas” o simplemente “tablas”.
Estas denominaciones casi consensuales, son empleadas para aludir a unas piezas multiformes de madera, que llevan en uno de sus lados superficiales, dos tipos de elementos: en primer término, resaltan dibujos pintados de personajes, animales, plantas, objetos, escenas u otros diseños, y en segundo término, aparecen textos escritos en castellano y/o quechua.
La referencia específica de la pintura tradicional sarhuina, sin embargo, no es unívoca, pues también hay una referencia general que atañe a todo tipo de producto elaborado por sus portadores, quienes plasman sobre ellos características derivadas de la plástica sarhuina, es decir, aspectos relacionados con el dibujo, la pintura o el estilo. En añadidura, esta referencia incorpora los distintos formatos que, además de las tablas, son también representativos de la expresión cultural.
Las posiciones en torno a los orígenes de la
Pintura tradicional de Sarhua se remontan a la época prehispánica y están sustentadas en la historicidad de las tablas pintadas. En ese sentido, el consenso académico sostiene que, dada la condición ágrafa de las sociedades andinas en tiempos antiguos,
la expresión cultural habría sido un medio de transmisión de información, al igual que los “tocapus” y “quipus”, o sea, formas cuasi escriturarias autóctonas muy difundidas, tal como supuso el historiador Raúl Porras Barrenechea.
El arte sarhuino, en función de su tradicionalidad, se define cronológicamente por cinco aspectos: soporte, dibujo, pintura, texto y estilo. Asimismo, respecto al soporte y la preponderancia de la madera, testimonios y comentarios de cronistas como Juan Polo de Ondegardo y Zárate, Pedro Sarmiento de Gamboa, y Cristóbal de Molina, señalan la existencia de un lugar anterior a la llegada de los españoles conocido como “Pokecancha” o “Poquencancha”, donde hubo tablas y paneles pintados con representaciones figurativas diversas. La práctica cultural respectiva, sostienen, pudo haber sido extendida en regiones cercanas al Cusco, así como el mismo Sarhua.
Establecido ya el régimen colonial y pese a la imposición del castellano como lengua, la antropóloga Josefa Nolte asevera que se dieron procesos sociales de resistencia que permitieron una suerte de convivencia y fusión paralela de patrones culturales andinos y occidentales, notándose ello a través de la producción de textiles, la decoración en la cerámica, los detalles de los bastones de varayoc o varas buriladas, e incluso, las llamadas “qellqas” o tablas pintadas.
La hipótesis del influjo colonial, siguiendo al historiador Pablo Macera, expresa que
las tablas pintadas de Sarhua vendría a ser una versión popular de un arte mural oficial virreinal propiciado en los Andes. Esta posición se sustenta, por ejemplo, en los paralelos artísticos que hay entre las tablas más antiguas y los murales interiores de la iglesia matriz del pueblo. De esta manera, varios caracteres presentes en el soporte, dibujo, pintura, texto y estilo hoy correspondientes a la tradicionalidad, se habrían definido entre los siglos XVII y XVIII, adquiriendo en el periodo republicano y, particularmente, el siglo XIX, su uso y contexto locales, aquellos con los que la pintura tradicional de Sarhua ha sido difundida en gran parte del siglo XX y lo avanzando del XXI.
La alusión a un uso y contexto locales instaurados en el siglo XIX indica que, durante el proceso de construcción de una casa en Sarhua, los compadres de la pareja dueña del nuevo hogar solían obsequiarles una o más tablas tradicionales que en sus partes planas llevaban plasmados una serie de dibujos pintados donde figuraba la representación del núcleo familiar y algunos personajes allegados –de ahí la referencia a un supuesto sustrato genealógico-.
Las tablas eran entregadas en medio de ritos y entusiasmo, resaltando el famoso pasaje conocido como “tabla apakuykuy”, donde los compadres ingresaban al nuevo hogar llevando consigo estos objetos, además de toda una parafernalia desplegada con cantos y chicha.
Finalmente, las tablas eran depositadas o colgadas entre las vigas del techo, generando una suerte de referencia interna sobre la presencia de los símbolos culturales de la comunidad y su vínculo con la constitución material del matrimonio.
Construcción de las Tablas de Sarhua
El proceso tradicional de construcción de una casa en Sarhua aún supervive en la actualidad, aunque ha adquirido otros caracteres que la difieren con los atributos descritos e instaurados en el siglo XIX, aquellos que suelen ser rememorados, incluso, por los antiguos comuneros del pueblo. En este sentido, por ejemplo, un cambio notorio es la presencia actual de tejas en los techos y ya no de paja o ichu, fibras vegetales que solían cubrir las vigas y estructuras de madera dispuestas.
Las tablas tradicionales solían medir de 2 a 4 metros de alto, con un ancho de 20 a 30 centímetros y tenían la apariencia de ser columnas largas y delgadas, adaptándose a las formas de los troncos de árboles locales con los que eran fabricadas.
Así, conservaban una superficie porosa y otra plana, plasmándose sobre esta última los dibujos pintados y los textos, dispuestos en secciones rectangulares que podían ser de seis hasta trece en cantidad y dentro de los cuales se visibilizaban los siguientes elementos en un sentido vertical y desde abajo hacia arriba: primero, una dedicatoria de los compadres; segundo, una imagen religiosa que usualmente era la Virgen de la Asunción, patrona del pueblo; tercero, la representación cuasi realista de la pareja dueña de la casa; cuarto, los distintos parientes de la pareja divididos a su vez en varias secciones; quinto, las figuras de los butiqaqipiq (cargadores de botijas) y las harawiq (intérpretes de harawi); y, por último, el sol, deidad de origen prehispánico.
La interpretación de las tablas era realizada de abajo hacia arriba, patrón de lectura que aún hoy subsiste. Asimismo, casi todos los caracteres descritos que definen una tabla tradicional no han desaparecido, algunos solo han mutado simplemente.
Sin embargo, el uso tradicional asociado a la techumbre de las casas ahora resulta poco difundido, por lo que está siendo objeto de un proceso de revitalización por parte de las generaciones actuales que viven en la comunidad.
La norma encargar a la Dirección de Patrimonio Inmaterial, en coordinación con la Dirección Desconcentrada de Cultura de Ayacucho y la comunidad de portadores, la elaboración cada cinco años de un informe detallado sobre el estado de la expresión declarada, de modo que el registro institucional pueda ser actualizado en cuanto a los cambios producidos en la manifestación, los riesgos que pudiesen surgir en su vigencia, y otros aspectos relevantes, a efectos de realizar el seguimiento institucional de su desenvolvimiento y salvaguardia, de ser el caso.
La resolución lleva la firma del viceministro de Patrimonio Cultural e Industrias Culturales, Luis Felipe Villacorta Ostolaza.
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Publicado: 2/11/2018