El tradicional atuendo cajamarquino se metió en la política nacional. Bambamarca y sus alrededores son centros de producción artesanal de este tradicional implemento del hombre andino del norte del país. Un sombrero puede costar desde 400 hasta más de 3,000 soles.
Usha. Es democrático y símbolo de identidad. El sombrero cajamarquino de palma no solo es parte de la vestimenta tradicional y sirve para proteger la testa de hombres y mujeres frente a las inclemencias del clima. En la región Cajamarca también dignifica a los campesinos.
Significado y significante, más que adorno es distintivo cultural. Indispensable para asistir a las reuniones sociales. Solo se saca el sombrero como señal de respeto; por ejemplo, al ingresar a un templo religioso o al saludar a una persona respetable o autoridad. Y también al momento de bailar.
Pero, ¿de dónde vienen estos característicos atuendos que popularizó el presidente electo, Pedro Castillo, en sus viajes de campaña electoral y ahora en las reuniones de transferencia.
En la ciudad de Bambamarca, llamada “la ciudad de los balcones”, en la provincia cajamarquina de Hualgayoc, y alrededores, artesanos de todas las edades –adultos mayores, hombres, mujeres, jóvenes– se dedican a la confección de estos atuendos de fibra de palma. Es un ingreso económico seguro, gracias a la tradición.
Desde este distrito, a los pies del río Llaucano, las prendas para la cabeza inician un viaje hasta la provincia de Chota, las costeras Trujillo y Chiclayo, y por todas las zonas del Perú donde se usa el sombrero palma.
“En Chota también trenzan sombreros, pero lo hacen de otra forma, como uno lo pide”, explica la señora Carmen Inés Aguilar, también artesana experta en sombreros. Cabe mencionar que la provincia de Celendín es otra zona cajamarquina de sombreros artesanales de gran calidad, elaborados en paja toquilla.
Tradicionalmente, en Bambamarca, los artesanos bajan los domingos, a primera hora del día, para ofrecer a sus clientes sus mercaderías en “la plaza de sombreros” y “la plaza agropecuaria”.
Ahora, por la pandemia del covid-19 y las diversas restricciones biosanitarias, la feria dominical se hizo sabatina. Los artesanos solo pueden vender sus productos un día a la semana. Pero no es lo mismo, lamentan. La venta es baja porque no hay la misma afluencia de público que cuando se realizaba los domingos.
La materia prima, la fibra de palma, viene desde Ecuador. Y en Bambamarca los artesanos la tejen y transforman en sombreros.
Las palmas son de calidades distintas, un “manojo” puede costar entre 85 y 100 soles. Un manojo o paquete, de un kilo o kilo y medio, aproximadamente, sirve para trabajar un sombrero.
Claro, todo dependerá de la talla y el tamaño de este adorno de la testa. Hay sombreros en “horma” de 12, 13 hasta 18 centímetros de alto. Y también de variedad en el tamaño.
Pero el mentado covid-19 no solo obligó al uso de las mascarillas y el distanciamiento social, también ha complicado la llegada de la materia prima importada para los sombreros, lo que ha causado problemas en la producción de esta prenda que sirve tanto para el clima soleado como para el frío y en las partes más altas de los Andes, sirve para guarecerse del granizo. Y la pandemia también se ha llevado la vida de varios tejedores. Todos estos factores han impactado en el precio final del producto, si antes un sombrero costaba 700 soles, hoy puede costar 1,000.
Luis Orrillo Guevara, presidente de la Asociación de Comerciantes de Sombreros de Bambamarca, explica que el precio del sombrero va de 300 hasta los 3,000 soles o más. Aquí no hay marcas, sino el trabajo del artesano.
“Es caro porque demora su elaboración”, dice. Así, cuanto más fino, delicado en la “trenza” y horas-hombre tome, su precio se elevará. En cambio los más gruesos, son los más baratos. Luego, el comerciante le da un valor agregado poniéndole más bonito y presentable para que el producto enamore a su público objetivo.
De acuerdo con la dificultad, el proceso de elaboración de un sombrero puede tomar desde 15 días hasta dos meses. Todo dependerá de la calidad del sombrero; es decir, del tejido, que es completamente a mano. “No hay máquina hasta el momento descubierta que lo pudiera hacer, que reemplace a la persona que trenza los sombreros”, jura Orrillo.
“Un sombrero demora lo que te demores en avanzarlo; de acuerdo al empeño que uno ponga para poder hacerlo”, dice Carmen Inés Aguilar, que aprendió de sus padres el arte de “trenzar” sombreros. Con sus manos da forma a uno; coge unas tijeras para sacar los “mochos” y cortar los “arranques” para que el sombrero salga parejito.
Detalle del proceso del “arreglo del sombrero”: Un sombrero se produce “sacando” la primera, la segunda hebra. Se trata de trenzar la “plantilla”, luego la “copa” y la “falda”. “Lo acomodamos y lo empezamos a trenzar. Lo terminamos con ‘remate’ u ‘orilla’, que es lo más difícil”.
“El sombrero lleva tiempo y trabajo hacerlo”, dice Celso Muñoz Sánchez. Hoy en día hay menos gente en Bambamarca que se dedica a tejer sombreros porque lo ven muy trabajoso y que deja poca ganancia. Como la señora Aguilar, Celso también aprendió a tejer desde chiquillo. Ya lleva 12 años en este negocio.
Como los otros artesanos, Celso se dedica a trabajar la chacra y solo los domingos –ahora sábados–, se dedica al negocio de los sombreros. Otros intercalan sus labores artesanales con la ganadería.
Pero, ¿sienten los artesanos un efecto en sus bolsillos desde que el profesor Pedro Castillo recorrió el país llevando estos atuendos?, ¿hay mayor demanda del producto? El presidente de la Asociación de Comerciantes de Sombreros de Bambamarca dice que todavía. Que quieren el apoyo de las autoridades de su distrito para mejorar el marketing y así lograr mejores precios. Luego, cómo no, que los apoyen para dar el siguiente salto, la exportación. Y yo me saco el sombrero. Usha.