Por José Vadillo VilaLas Fiestas Patrias de 1921 fueron una celebración apoteósica de los primeros 100 años del Perú y nos dejaron esculturas públicas que sirvieron para la construcción de la simbología de la patria.
Lima fue el point. En las semanas previas al 28 de julio de 1921, arribaron las “embajadas extraordinarias” de países de Europa, Asia y América al puerto del Callao, “para asistir a las fiestas del Centenario” que se celebrarían en Lima.
Lo contaba el semanario Variedades: los delegados extranjeros fueron recibidos por multitudes. Paradojas, el más multitudinario de todos los recibimientos lo tuvo la delegación española, con el conde de la Viñaza a la cabeza. Fue tan masivo como la “rifa del Centenario”, que sorteaba medio millón del dinero de la época.
Construir la simbología
“La conmemoración del centenario de la independencia es una coyuntura propicia para reflexionar no solo sobre el tema de conmemoración, sobre su discurso histórico y sobre la identidad que se pretende forjar, sino también sobre el proyecto político de Augusto B. Leguía, sobre sus relaciones dentro y fuera del país, y sobre la proyección del Perú como nación moderna, donde confluyen el pasado, el presente y el futuro”, explica el historiador Álex Loayza en La independencia peruana como representación. Historiografía, conmemoración y escultura pública (2016).
El principal certamen de las celebraciones del centenario fue la develación de la estatua al general José de San Martín, el mediodía del 27 de julio de 1921. Por temas políticos, el monumento se había demorado 31 años en materializar. En Buenos Aires, a la misma hora, fábricas y barcos hacían sonar sus sirenas.
Argentina envió a los Granaderos de San Martín. Ellos iniciaron el desfile. Desde las “tribunas especiales” se vio flamear a las banderas del Perú y de Argentina.
Leguía en escena
Augusto B. Leguía fue el anfitrión de estas celebraciones centenarias.
El historiador argentino Pablo Ortemberg, en su ensayo Los centenarios de 1921 y 1924, desde Lima hacia el mundo, recuerda que, a diferencia de lo sucedido en los centenarios de otros países, en que “comisiones nacionales y municipales gozaron de relativa autonomía”, aquí el presidente (Leguía) “supervisó personalmente todos los programas e influyó en forma directa en la comisión municipal (de Lima) (…) El símbolo San Martín servía para que Leguía procurara presentar a su gobierno como continuidad histórica de la gesta del héroe fundador del Estado”.
La noche del 27 de julio, Leguía invitó a los embajadores y demás concurrentes a los festejos a un banquete en los salones del Palacio de la Exposición. Las retretas a cargo de las bandas del Ejército se escucharon por toda Lima.
En el día central, Leguía pronunció el mensaje presidencial en el Congreso. En ese entonces el general César Canevaro presidía el Senado de la República, y el doctor Pedro Rada, la Cámara de Diputados. También se ofreció un gran baile en Palacio de Gobierno.
Este edificio, igual que las principales plazas y monumentos del Centro de Lima, fue alumbrado con luz eléctrica. Estuvo a cargo de los trabajos el ingeniero Víctor Arana.
El Concejo de Lima también ofreció un banquete. Y la Quinta de Bolívar, en Magdalena Vieja, fue dispuesta para albergar al Museo Bolivariano.
Los obsequios
Las colonias afincadas en el país obsequiaron monumentos por el centenario. La sociedad conservadora se opuso a colocar el monumento a Manco Cápac, donado por la colonia japonesa, en la plaza Mayor de Lima. Finalmente, el obsequio terminó en La Victoria. Debemos a la colonia china la bella fuente que se ubica en la plazuela del Parque de la Exposición.
Los festejos centenarios no se circunscribieron a 1921. El historiador Iván Caro señala los “dos momentos celebratorios”: 1921 y 1924. En Ayacucho, recuerda, sirvió para poner en valor la imagen de María Parado de Bellido y del mariscal Antonio José de Sucre.
(FIN) JVV/LIT
Publicado: 28/7/2017