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Hace cuatro décadas se le concedió el premio Nacional de Cultura a Joaquín López Antay

Joaquín López Antay

Joaquín López Antay

13:32 | Lima, ene. 7.

Hace 40 años el retablista ayacuchano recibió el Premio Nacional de Cultura, lo que generó un gran debate sobre el lugar que deberían ocupar las manifestaciones del arte popular.


Cuando se habla del Premio Nacional de Cultura, el galardón más recordado es el que se concedió hace exactamente 40 años a Joaquín López Antay. 

Ese 7 de enero en el que el ministro de Educación de ese entonces, el general Ramón Miranda Ampuero, le entregó tal distinción un tabú se estaba rompiendo. Era la primera ocasión en que un cultor del arte popular era reconocido al mismo nivel que otros creadores más tradicionalmente occidentales.

Debate
Aunque en estos días se vea como natural que las piezas de arte popular lleguen a las vitrinas de las galerías más prestigiosas como únicas, en el verano de 1976 la situación no era así. Varios pintores y escultores de renombre se pronunciaron en contra del galardón. 

Entre los que denostaron de la distinción estaba Fernando de Szyszlo. El pintor comentó hace pocos años al Diario Oficial El Peruano, recordando el incidente, que “López Antay es un artista popular maravilloso”, pero que “no hay que mezclar las cosas”. 

“Un Ferrari es precioso como un caballo de raza, pero no hay por qué mezclarlos. Son mundos ajenos”, manifestó. La visión del afamado pintor ya no es compartida por las nuevas generaciones de artistas. 

Un ejemplo es Christian Bendayán, también premiado con esta distinción en 2012. En su discurso de aceptación del galardón, dedicó el reconocimiento a Joaquín López Antay, “el primer artista del pueblo en ser reconocido por el Estado peruano”, según sus palabras.

Revolución y costumbre
El especialista en arte popular Luis Repetto comentó a El Peruano que Joaquín López Antay no se limitó a repetir una manifestación tradicional. 

Aunque aprendió el oficio de su abuela materna, Manuela Momediano, el gran salto que lo distingue del resto de artesanos de su época se debió a otra influencia. 

De acuerdo con el especialista, fue gracias a su contacto con Alicia Bustamante, cuñada de José María Arguedas, que don Joaquín incursionó en otros temas distintos a los que mandaba lo habitual. 

Repetto señala que López Antay seguía el negocio familiar de las imágenes de santos y todo lo relativo a ese mundo. 

De chaleco y sombrero
Pero en un momento de la década de 1950, el artista empezó a introducir en los cajones de San Marcos, en ese tiempo poblado de figuras religiosas, temas más cercanos con el costumbrismo. 

Es así que aparece el actual retablo, algunos de los temas no tan sacros que aborda López Antay son la marinera ayacuchana y la vida en la cárcel. 

Repetto hace hincapié en que si no fuera por la impronta de este maestro, el retablo político que cultivara Edilberto Jiménez, décadas después, no hubiera llegado.

Más allá de la polémica sobre la importancia de su arte, Joaquín López Antay siempre fue una persona segura de sí misma. 

Repetto recuerda que cuando se le preguntaba cuál era su profesión, él respondía: “Escultor soy”. Otro detalle que destaca es la elegancia con la que vestía, “siempre de chaleco y sombrero”.

Cada retablo que hizo era una pieza única. No era un trabajo en serie ni en masa. Otro detalle, subraya Repetto, es que siempre supo cobrar bien, y más aún después del galardón del Premio Nacional de Cultura. 

“Utilizaba buenos materiales. Sus retablos no son hechos en cajones de fruta, sino en madera de cedro. Por eso no se pican, como otros”, hace notar el especialista.

En ese sentido, hace cuatro años, el crítico David Flores-Hora escribió que “si hay una diferencia entre el arte y la artesanía es la libertad, la idea de hombre libre. Desde el momento en que López Antay modificó el cajón de San Marcos y lo convirtió en el retablo ayacuchano, el concepto de arte universal cobró sentido”.

(FIN) ECG

Publicado: 7/1/2016