Federico Kauffmann Doig, el detective inagotable [VIDEO]

A sus 97 años, el célebre arqueólogo prepara nuevas obras sobre el antiguo Perú. ‘La vida es como un libro’, afirma

Arqueólogo Federico Kauffmann Doig. Foto: Universidad de Piura.

Arqueólogo Federico Kauffmann Doig. Foto: Universidad de Piura.

16:28 | Lima, nov. 14.

Por: Armando Ávalos Espichán

“La arqueología es mi vida, mi pasión y me ha hecho sentir como un detective del tiempo”, dice Federico Kauffmann Doig con los ojos brillantes de emoción, mientras muestra el anillado de lo que será su próximo libro. Su DNI indica que el 20 de setiembre pasado cumplió 97 años; pero al verlo tan activo, uno se da cuenta de que siempre será joven.

Su oficina es una cápsula del tiempo, llena de libros con la historia de los lugares que recorrió y excavó. Libros que cuida como un tesoro y que solo comparten espacio con una fotografía que el gran arqueólogo peruano coloca sobre ellos: el retrato donde aparece junto a su esposa, Martha.


“Me casé a los 26 años con una jovencita de 18. Me enamoré profundamente de ella. Al comienzo no me daba bola, se corría de mí. Yo le cantaba una canción cuya letra decía ‘Aunque riegue, no brota la flor’. Ella sonreía. Finalmente nos casamos y tuvimos cinco hermosos hijos. Ha sido mi compañera y amiga. Y en los primeros libros que escribí, ella hizo los dibujos de los huacos y figuras que encontraba en las ruinas. Es una artista. Ha sido divino tenerla a mi lado”, comenta Federico Kauffmann.




El maestro muestra orgulloso las ilustraciones que hacía su esposa para sus obras en los momentos que le dejaban algo de libertad sus hijos Federico, Cristine, Martha, Greta y Georg. “Su apoyo ha sido invalorable, es una gran madre. Ahora disfrutamos de nuestros seis nietos y queremos bisnietos”, asegura don Federico.

El apellido Kauffmann Doig está ligado a la historia del Perú. Ha hecho grandes aportes al estudio de civilizaciones como Chavín y Chachapoyas. Pero sabe que amar la historia no es vivir en el pasado. Cuando le preguntamos cuál es el momento mas bonito de su vida, responde con una sonrisa pícara: “Ahora”. 



Camina feliz por los pasillos de la Casona Pardo, en Miraflores, donde la Universidad de Piura estableció el Instituto Federico Kauffmann Doig que contiene la biblioteca con los libros que el maestro ha donado. Al ingresar a este hermoso local, es fácil llegar a su oficina. Una puerta blanca tiene grabado su nombre y siempre está abierta. Al llamar, el mismo Federico Kauffmann es quien dice: “¡Pase!”.


El arqueólogo inagotable


Para Kauffmann la vida es como un libro. “Y hay que disfrutarla hasta la última página”, dice. Escribir es una pasión que no tiene edad. “Gracias a Dios sigo trabajando y produciendo. Con empuje, como me decía mi padre”, confiesa. Nos cuenta que su próximo libro será publicado en tres tomos y aborda la cosmovisión de los antiguos peruanos, partiendo del imperio Inca y las culturas que le antecedieron, como Chavín, Chachapoyas y otras.

Además –a pedido del Ministerio de Relaciones Exteriores– reeditará el libro ‘Machu Pichu, sortilegio en piedra’ y ya trabaja en un proyecto de otra obra que se titulará ‘Amazonía peruana’ y se publicará en el 2026, cuando tenga 98 años.

“Como peruanos debemos estar muy orgullosos porque nuestro pasado arqueológico es brillante. Machu Picchu y Kuélap son solo dos ejemplos de su grandiosidad. Una vida larga me ha deparado la oportunidad de hacer estudios en muchos lugares del Perú. Dedicarme a lo que amaba creo que ha sido una de las cosas que me ha mantenido feliz en este viaje que es la vida”, sentencia Kauffmann. 


Un mensajero interrumpe la entrevista para entregar al gran arqueólogo un sobre que abre presuroso. Contiene una fotografía donde aparece junto a un historiador cusqueño que lo visitó recientemente en Lima y que colocó en el sobre esta frase: “Para un maestro que deja huella”. 

Kauffmann esboza una sonrisa de gratitud y luego nos dice: “Y pensar que cuando era joven era muy malo en los estudios y creí, en algún momento, que no iba a encontrar un rumbo. Hasta que la arqueología me encontró y cambió mi vida”.

“Estudié en el Colegio Nuestra Señora de Guadalupe, en Lima, y fui mal alumno. Era de los últimos, no me gustaba estudiar. Cuando tenía 17 años me escapé a la selva como aventurero. En esa época se era adulto recién a los 21 años. La policía me capturó y me llevaron ante mi padre. Él, muy tranquilo, me preguntó qué pensaba estudiar y yo no sabía. Esperó a que le diera una respuesta durante varias semanas. Hasta que le conté que me maravillaron unas ruinas que vi en Tarapoto y Moyobamba. Y él, casi gritando, acotó: ‘¡Eso se llama Arqueología!’. Al día siguiente me llevó a la Universidad de San Marcos, donde luego estudiaría Arqueología. Ahí sentí que había encontrado lo que me gustaba”, recuerda Kauffmann. Después de todo –reflexiona–, uno no nace en la fecha que viene al mundo, sino cuando descubre lo que le apasiona.


Gran maestro y explorador


Cosas del destino, la promoción de su colegio se llamó Julio C. Tello, el gran descubridor de Chavín, cultura que luego Federico Kauffmann Doig estudiaría y en torno a la cual haría importantes contribuciones. 

En San Marcos, precisamente, una de las discípulas de Tello, la arqueóloga Rebeca Carrión Cachot, fue una de las profesionales que avivó el interés de Kauffman Doig por la cultura Chavín y la historia. 

En 1954 se graduó como arqueólogo con una tesis sobre los estudios de Chavín de Huántar, la cual fue galardonada como la mejor del país. Obtuvo luego un doctorado en Arqueología en 1955 y, posteriormente, otro en Historia, en 1962. Un día, el gran historiador Raúl Porras Barrenechea, su maestro, dejó al joven y prometedor Kauffmann Doig su cátedra de Fuentes Históricas del Perú en San Marcos.

Además de catedrático universitario, Kauffmann Doig ocuparía importantes cargos como director del Museo de Arte, director general del Patrimonio Monumental y Cultural de la Nación y director del Museo Nacional de Antropología, Arqueología e Historia del Perú. 

Al terminar esta entrevista, Kauffmann nos invita a recorrer los ambientes de la biblioteca que lleva su nombre. Su mirada es la de un hombre que está tranquilo consigo mismo. Que ha disfrutado y sigue gozando de aquello que le gusta. Quizás allí esté el secreto de su longeva e inagotable vitalidad.


Cuando me despedía de él, una pareja de alemanes que visitaba la casona Pardo lo interceptó para preguntarle sobre el significado de los huacos que se exponen ahí. Emocionado, Federico Kauffmann comenzó a narrar –en perfecto alemán– el valor de cada pieza y a contar que él estuvo y estudió los vestigios de las culturas que les dieron vida. No faltaron carcajadas y miradas de sorpresa. 

Allí, al ver a aquel hombre de 97 años, comprendí que su alma sigue siendo la del joven aventurero que huyó a la selva para conocer las ruinas que marcarían su destino, la del apasionado padre y esposo que comparte con los que ama su pasión por el pasado, la del detective del tiempo que logró más de lo que soñó y que convirtió su vida en su mejor obra.

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(FIN) AAE/CCH

Publicado: 14/11/2025