Para ella hoy no habrá bombones, flores ni serenatas. A él nadie le tapará los ojos con las manos fingiendo una coqueta sorpresa, pero a casi 4000 metros de altura, en el distrito de Kunturkanki, en la provincia cusqueña de Canas, a Isabel Huillca Huamanhuillca y Juan Mamani Castro, usuarios de Pensión 65, no le hacen falta esos detalles para celebrar más de medio siglo de vida juntos.
Por consiguiente, en dicho lugar donde el frío es regla general, los corazones de esta feliz pareja se calientan de otra forma. A ellos solo les bastará sentarse a conversar afuerita de su casa, rodeados de sus gallinas, justo antes de almorzar, en un 14 de febrero tan normal como ayer y mañana, y en medio del amor inquebrantable que los une día a día.
No fue amor a primera vista como en las novelas de televisión. Lo de Isabel y Juan nació muy a la usanza andina, en medio de costumbres que hoy parecen anacrónicas, por decir lo menos, pero germinó igual que la Pachamama en la que creen, hasta convertirse en algo sólido, firme, duradero y fructífero. Aunque viven solos, sus 3 hijos y 5 nietos siempre están pendientes de ellos.
Él tiene 85 años y ella 70 y se conocieron hace 56 años. Isabel recuerda bien cómo empezó todo en la comunidad de Huarcachapi. “Juan venía a ayudar en la chacra de mi tío, mi papá me dijo que él era un joven bueno, que me quería, que estaba interesado en mí y que debía irme a vivir con él. Tiene que ser tu esposo, me dijo. Yo era la mayor de 7 hermanos, tenía entonces 14 años y esa situación me daba un poco de miedo, pero como Juan venía constantemente, acepté”, relató.
Añadió que fue conociéndolo y vio que era muy buena pareja. “Al poco tiempo decidimos casarnos por la Iglesia y todo, y he aprendido a quererlo. Siempre se ha portado bien. Nunca me ha faltado el respeto. Siempre ha sido responsable. Es un buen hombre. Siempre me ha cuidado”, subrayó.
Seguramente hoy Isabel cocinará ese lechón de cordero y la sopa de trigo que a Juan tanto le gusta, y él irá a comprarle los plátanos que a ella le encantan. Y se cogerán de la mano para caminar, como lo hacen todos los días. Él le acomodará el sombrero y ella le hablará con cariño, muy cerquita al oído, para contrarrestar una sordera que avanza con la vejez. Así se engríen, así se demuestran que se importan mutuamente, que son compañeros de vida hasta que la muerte los separe.
“Yo fui a pedir su mano acompañado de mi mamá y de un tío. Quería que sea mi esposa. Y todo salió muy bien. Ahora ella me cuida, tiene su carácter pero es muy cariñosa. Ya no tenemos fuerzas para sembrar papa, pero seguimos con nuestros animales. La pasamos muy bien juntos. Soy muy feliz a su lado”, confiesa Juan, natural de la comunidad de Ccollana y otrora renovador de los vistosos y característicos sombreros de la provincia de Canas.
Y después de almorzar, como cada tarde, Isabel y Juan harán lo que más les gusta realizar juntos: saldrán a pastear sus ovejas. Allí, en medio del campo, los apus y los animales, son plenamente felices, no solo en el Día del Amor y la Amistad, sino todos los días.
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(FIN) NDP/TMC
JRA
Publicado: 14/2/2022