Cuarenta y cinco nuevos bomberos se incorporaron esta semana para cumplir labores en Loreto. Los hombres de rojo de Iquitos han sido muy castigados, fallecieron cinco de sus miembros por covid-19 y hoy, solo 135, menos de la mitad, trabajan en la actualidad.
El jueves 4, en Nauta, una ciudad de 190 años en el corazón de Loreto, juramentaron ocho nuevos bomberos voluntarios. Inmediatamente, se incorporaron a la compañía Salvadora Nauta Nro. 175.
No hay tiempo que perder. Cada día, tres o cuatro “pacientes covid”, esperan ser trasladados 86 kilómetros por carretera Nauta-Iquitos hasta los hospitales iquiteños. La ruta suma cuatro horas entre ida y vuelta.
Hoy, sábado 6, la esperanza seguirá vigente: en Iquitos, juramentarán 37 nuevos hombres de rojo. Y luego del “sí, juro”, también se incorporarán ipso facto a las compañías de la ciudad; a la Belén Nro. 41, a la Salvadora Punchana Nro. 92, a la San Juan Bautista Nro. 93 y a la San Antonio Nro. 94.
Se trata de jóvenes de 18 a 30 años de edad. El 2019 ellos fueron capacitados en primeros auxilios, rescate y lucha contra incendios. Muchos de los nuevos hombres de rojo, son profesionales; la mayoría, de carreras de las ciencias de la salud.
Su pasión es ayudar al prójimo. Han fallecido cinco bomberos cumpliendo su deber en Loreto. Contagiados de covid-19. Todos eran casos de la ciudad de Iquitos.
De todos ha hablado la prensa con el nudo en la garganta: gente que salió a las calles no por incumplir la norma sino para ayudar a otros.
De los 310 bomberos iquiteños, hoy menos de la mitad, solo 135, continúan en actividad. “Hemos llegado a tener 110 bomberos enfermos por el covid-19. De ellos, 15 estuvieron en estado muy crítico y cinco, murieron. El resto superó, y ahorita están estables”, resume la situación Rodolfo Arévalo, comandante de la XI Comandancia Departamental Loreto.
Arévalo recuerda que el Cuerpo General de Bomberos Voluntarios del Perú, al inicio de la emergencia sanitaria, quedó excluido de presupuestos del Estado y equipos de bioprotección para el personal.
Sin embargo, cuando la pandemia se volvió crítica en Iquitos; y los hospitales loretanos solo reportaban casos de pacientes covid-19; y el Sistema de Atención Móvil de Urgencia (Samu) ya no tenía capacidad para responder a las llamadas y trasladar un paciente más; estaban los bomberos.
La población, desde el primer día de la cuarentena, no dejó de llamarlos. “Al inicio hacíamos un pequeño test para saber si tenían fiebre o dolores, y poder salir a emergencia. La gente se dio cuenta que si decían la verdad, nosotros los derivábamos al Samu, porque es el procedimiento. Y empezaron a mentir: decían que era una fractura de pierna, por ejemplo, y cuando llegábamos, era un paciente covid. Samu no llegaba, a la persona le faltaba oxígeno y usábamos los equipos, lo trasladábamos”, dice Arévalo.
En el momento más álgido, las emergencias se quintuplicaron. Pasaron de tres o cuatro por día hasta 15 cada 24 horas; las fugas de gas, también dieron este salto, hasta 5 casos interdiarios. Las ambulancias de bomberos en Iquitos, ya no se daban abasto.
Llegó un momento en que ya no podían decir si uno era paciente covid o no, recuerda. No había forma de hacer pruebas de descarte, y discriminarlos hubiera sido fallar como bomberos. “Decidimos continuar en nuestras funciones, porque realmente era muy crítico: Nosotros íbamos y atendíamos a ese paciente que nadie podía atender”.
Solo en Iquitos ayudaron a traer al mundo a 16 bebés; en la carretera Iquitos-Nauta, fueron muchos más. Los pacientes con picaduras de víbora, lo llevamos en la ambulancia, pero como no eran pacientes coronavirus, no querían atenderlos en los nosocomios. Arévalo comprende las prioridades sanitarias: los pacientes de covid-19 muchas llegaban en estados muy graves.
Por suerte, empezaron a recibir algunas donaciones de equipos de bioseguridad. Fue como si les lanzaran un salvavidas para seguir salvando vidas. Utilizaban como medio de protección los trajes blancos tyvek; el grupo Ferreyros les donó trajes y mascarillas de mayor calidad. Los implementos les dieron mayor seguridad para seguir atendiendo.
“Si un bombero caía, inmediatamente se le enviaba a cuarentena. Se buscaba cómo apoyarlo con víveres para que se mantenga sin ingresos, por 20 o 25 días. La logística era difícil, pero como Dios es grande, siempre nos proveyó de alimentos”.
La población y la Intendencia Nacional de Bomberos también les suministraron de alimentos a los hombres de rojo. Así, cada compañía iquiteña se quedó con cinco miembros, los básicos. El resto se tuvo que fue a sus casas. Unos por temas de salud. Otros, ante las muertes de sus compañeros y por presión familiar: cada vez que ayudaban a alguien, el riesgo de contaminarse se multiplicaba. Pero, también, porque era muy costoso mantener a todos los bomberos en todas las compañías.
Lo que llaman presupuestos. “La situación de los bomberos voluntarios de Loreto es muy difícil. Ellos no tienen un sueldo fijo, ni siquiera un seguro, que les pueda acoger ante cualquiera emergencia, y padecen de implementos”, dice Ybi Vásquez, representante de Bomberos Unidos Sin Fronteras (BUSF) en Loreto.
Durante la pandemia, dicha asociación, junto con la Diputación de Córdoba, España, hicieron donativo de implementos de seguridad sanitaria a los bomberos loretanos y acaban de firmar un convenio con el gobierno regional de Loreto para la donación de un vehículo autoescala (los que cuentan con escalera telescópica).
Quien firmó el documento hace unas semanas, fue el ingeniero Robert Falcón Vásquez, en representación de BUSF. “Fue” capitán de bomberos, impulsor de la propia sede a la San Juan Bautista Nro. 93, impulsor del proyecto de BUSF para Loreto y era jefe de Defensa Civil de la municipalidad de San Juan Bautista. Falleció el 6 de junio.
Cathy Grandez, su viuda, está segura de que él se “contaminó” del covid-19 cuando, a partir de fines de marzo, empezó a repartir con el municipio las canastas con artículos de primera necesidad.
Ellos seguían los protocolos, pero la gente, no. Se amontonaba sin respetar la distancia social. “Gente inconsciente, tosían en sus manos y decían, es una simple gripe”, dice la señora Cathy, a quien también se le murió un hermano por el covid-19.
El último viaje del bombero y funcionario fue el 16 de abril, por el río Nanay. Habían pasado tres semanas de entregar por tierra y río, y se sintió mal. Volaba en fiebre. Estaba muy asustado y no quiso entrar a casa, para no contagiar a sus dos hijas, a su esposa. Seis días después, la tomografía en una clínica particular daría el diagnóstico: neumonía por covid-19.
Pensó que al ser bombero, al haber ayudado a tantos, lograría una cama, pero el hospital de Essalud ya no tenía camas; tuvo que esperar durante dos días sentado en una silla en Emergencias del hospital regional de Loreto.
La señora Grandez acompañó cada día a su esposo, para que le pongan sus medicinas. Calcula que cada día veía morir a una treintena de personas.
“Era de terror”. La muerte los pillaba sentados en sillas. Otro bombero, el brigadier José Migdonio Hidalgo, falleció el día 29 en el mismo nosocomio.
Un bombero muy antiguo, el teniente brigadier en retiro Estalin Acosta, a pesar de tener 77 años de edad, seguía en actividad como instructor. Muertes muy sentidas por la comunidad iquiteña. La viuda de Falcón denuncia el tráfico de medicina, la mafia, que llegó como otra pandemia paralela en del coronavirus, nosocomio: les ponían las medicinas incompletas, dice. Le da rabia.
“Yo no quiero morir, ¡qué va a ser de las bebés sin mí!”, le decía Falcón en su camilla. Sus amigos de España lograron hacerle llegar un ventilador portátil, pero faltaba persona, no sabían cómo usarlo. Una desesperación.
Su vida se fue apagando “como una velita”. Cuando veía que ya no podía respirar, ella se sacó la bata, se puso como loca, a tratar de calentarlos, reanimarlo. Pero ya no tenía saturación.
“Solo un internista se me acerco, me dijo que ya no se podía hacer nada. Me pidió perdón porque sus compañeros, los doctores, las enfemeras, se habían hecho tan fríos”.
Eran las 6 de la tarde del 6 de mayo, cuando Robert Falcón ya no pudo resistir al segundo infarto.
Tenía 55 años de edad y su pasatiempo era la pesca. Decía que sus hijas algún día entenderían su pasión por ser bombero, por ayudar. Algún día, algún…
Al día 31 de mayo, XI Comandancia Departamental Loreto contabilizó 110 bomberos contagiados en la capital loretana.
Se han quedado ahora con un promedio de 9 hombres por unidad, con los que atienten las emergencias en Iquitos. En la localidad de Caballococha hay 25 bomberos activos; en Requena, 15; Nauta, 15; Contamana, 15 y Datem del Marañón, 16 bomberos.
“Estamos cansados”, dice Arévalo. “Prácticamente, no hemos parado desde el 15 de abril, desde que en Loreto, el covid-19 se convirtió en un pandemia terrible”. Terrible, significa, por ejemplo, tener que decidir a quién auxiliar con oxígeno.
Sortear a cuál de los 10 pacientes en emergencia debían de dar los cuatro balones de oxígeno, si se necesitan tres balones por persona para sobrevivir. Los bomberos no sabían a quién darle. A quién quitarle.
Entonces, Arévalo denunció el hecho por radio; el padre Raymundo Portelli, también alzó la voz y empezaron a llegar desde Lima la ayuda de balones. Fue un S.O.S.
Se necesitan 1,000 balones, llegaron 300, 400. Pero una vez que la situación crítica mejoró, la pandemia y la problemática se ha trasladado a provincias; al Nauta, a Contamana, al Datem. Ahora, allá, falta el oxígeno.
“El Gobierno Regional de Loreto ni la Dirección Regional de Salud nos apoyaron en nada, dice Arévalo. Se comprende, estaban en su mundo. ¿Pero, qué hubiera pasado si no atendíamos a esas personas?”, se pregunta.
Con los apoyos de las personas, de las instituciones, han elaborado las “cajas salvadoras”, con las que han podido ayudar a casi 300 personas. Los envían para las provincias y han ayudado con buenos resultados a bomberos y a diversas personas.
Arévalo agradece a la Fuerza Aérea del Perú, que ha ayudado a traer los medicamentos desde Lima a Iquitos sin costo alguno. Si bien no es una receta, ha ayudado a las personas en la primera fase de la enfermedad. Cada pequeña caja contiene 5 a 10 pastillas de azitromicina; ivermiticina de 6 miligramos; 10 pastillas de dexametasona; 20 de cardioaspirina; predixona. El resultado se puede palpar, asegura el comandante, porque ya no se ha dado más bajas el Cuerpo General de Bomberos de Loreto. Las víctimas no han llegado al tercer estadio de la enfermedad.
Porque las medicinas en Iquitos llegaron a las nubes: una pastilla de azitromicina pasó de un blíster a 1.20 soles a 35 soles la unidad; inyección de enoxaparina sódica escaló de 10 a 700 soles en las farmacias.
Arévalo es abogado y tiene 48 años de edad. Lleva 35 años como bombero. Dos de sus cuatro hijos, le siguen los pasos. “Tengo el honor de llevar presidir la institución de la comandancia departamental de Loreto, en la pandemia”, dice. Cuando empezó la pandemia, tuvo que tomar la decisión o los bomberos o su trabajo.
Decidió renunciar a su puesto en la entidad pública. Pensó que la pandemia terminaría en menos días. Como todos, está casi al borde de la quiebra, pero cree que es un compromiso social que asumió, aunque muchas veces todo tenga que salir de su bolsillo, el combustible para trasladar los medicamentos.
Pero, un compromiso se honra. El comandante de bomberos no cree que los muertos hayan disminuido en la capital loretana, sino que las personas ahora prefieren morir en sus casas que “morir en la silla de un hospital”. Compran sus balones de oxígeno, hay médicos que están haciendo el tratamiento a domicilio.
Teme que venga una segunda ola en Iquitos. Ahora con el director regional de salud están viendo un apoyo para la salud de los bomberos. Esta semana se les hizo un hisopado en Iquitos; el jueves los bomberos del Nauta pasaron por pruebas rápidas. Pese a las adversidades, el comandante Arévalo mira con esperanza el futuro.
Para ayudar a los bomberos de Loreto, se puede contactar con el comandante Rodolfo Arévalo al teléfono: 9658-63737. Toda ayuda, será bienvenida.
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