En un lejano caserío, en Antabamba, Apurímac, doña Sebastiana Díaz Pérez soñaba con que sus hijos salieran de la pobreza, que no sufrieran lo que ella y su esposo padecían en el campo, con la lluvia, con el frío, pero no encontraba el camino para lograrlo, pues las monedas eran escasas y le permitían apenas sobrevivir junto a su familia.
“Yo me imaginaba que ellos serían algo en la vida, que ya no sufrirían más en la chacra pero no teníamos para educarlos”, contó la humilde mujer a quien la realización de sus sueños le llegaría con Beca 18.
Sebastiana asistió emocionada y orgullosa al coliseo Dibós, a la ceremonia de graduación de Ángel Rodrigo Díaz y de Rosemary Rodirgo Díaz, dos de sus nueve hijos, quienes gracias al Programa Beca 18 lograron formarse como profesionales en Tecnologías Ambientales en el Senati y Computación e Informática en el instituto de educación superior Avansys, respectivamente.
“Mis padres son agricultores y en casa no había plata para estudiar. Terminé mi secundaria en un colegio público. Ya estaba resignado a trabajar, dedicándome a la agricultura porque la principal barrera para lograr esa meta era económica. Me fui a servir en el Ejército en el VRAEM y un capitán me pasó la voz de Beca 18. Decidí postular para lo cual vine a Lima y entonces cambió mi vida”, relató a la agencia Andina.
Pero esa no es la única razón del orgullo de Sebastiana. Su hija Azucena también se graduará próximamente gracias a Beca 18 como especialista en Computación e Informática, carrera que también sigue en Avansys.
“Siempre destaqué en la secundaria. Con mi hermano estábamos en el mismo salón pero luego él se fue al Ejército y cuando conoció Beca 18 me dijo que por mis notas yo también podía postular. Estoy muy agradecida”, comentó Rosemary para quien la vida hoy es diferente, con nuevos horizontes, llena de posibilidades.
Los hermanos Rodrigo Díaz coincidieron en señalar que alejarse de sus padres y de sus hermanos ha sido lo más difícil, que dejar su tierra para vivir en una Lima que no conocían les costaba mucho, pero que había que hacer “de tripas corazón” para aguantarse la nostalgia y seguir sin mirar atrás. Finalmente, ese era el precio que había que pagar para convertirse en profesionales y sacar adelante a sus familias “y aportar a nuestro país que nos dio la mano”.
Ellos saben que la primera parte del camino llegó a su fin pero que aún hay que avanzar otras etapas. Por eso, Ángel está trabajando en una empresa y convalidando cursos para seguir estudios universitarios y continuar desarrollándose.
A Azucena le falta un poco más de tiempo para concluir sus estudios, pero eso no la desalienta. “Me siento orgullosa de mis hermanos. Quiero avanzar para ayudar a mi familia”, señaló.
Y a Sebastiana ahora la anima otra idea: quiere que alguno de sus hijos llegue a ser presidente de la República. El tiempo lo dirá.
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Publicado: 26/12/2016