El padre Georges Rizk coloca el crucifijo en la iglesia en la que celebrará la misa de Navidad, en Daraa, al sur de Siria. El templo, semidestruido por las bombas, ha sido renovado, pero la mayoría de los fieles ya no está.
"Más de 500 familias cristianas vivían en Daraa antes de que empezara la guerra", en 2011, explica el sacerdote a la AFP. Hoy, la mitad se ha ido, sobre todo los jóvenes, que se refugiaron en Damasco o si pudieron, aún más lejos.
En una habitación anexa a la iglesia, con los iconos colocados en sillas de plástico, el padre Rizk pronunció el domingo su última homilía antes de Navidad ante medio centenar de fieles, la mayoría ancianos.
Daraa, donde las fuerzas gubernamentales recuperaron el control en julio de 2018 después de una cruenta ofensiva, seguida de una rendición de los rebeldes, no consigue recuperar el ambiente festivo. De las tres iglesias de la ciudad, sólo queda una. La de la comunidad protestante cerró porque casi todos los fieles se marcharon y la iglesia católica abre cuando puede porque no siempre hay un sacerdote.
Sólo la iglesia griega ortodoxa de Saydet al Bichara, dirigida por el padre Rizk, ha encontrado una segunda vida gracias a la restauración de la que ha sido objeto, que ha terminado justo en estos días. Pero incluso cuando estaba destruida, la iglesia siempre estuvo abierta en Navidad, incluso en el momento de los combates más violentos.
Las obras de reconstrucción, que comenzaron hace un mes, sirvieron para rehabilitar el tejado, hundido cuando cayó un mortero, pintar los muros, agujereados por las balas y reemplazar los vidrios rotos. Todo ello para que sea un lugar que vuelva a atraer a los fieles. Pero el padre Rizk no se hace ilusiones.
"Algunos pueblos se han vaciado totalmente de sus habitantes cristianos. Sólo quedan personas mayores, una vez que los más jóvenes se fueron buscando seguridad y empleo", lamenta el religioso.
Celebrar en soledad
Al norte de Daraa, la ciudad de Izra tiene templos de la época bizantina, entre ellas la iglesia griega ortodoxa de San Jorge. El párroco, Elia Tafnakji, cuenta el número de fieles que se fueron del país: de las 100 familias cristianas de la ciudad, 80 vieron a sus hijos marcharse de Siria.
"Espero que un día podamos contar el número de gente que vuelve", dice. Dentro de la iglesia abovedada, son muchas las hileras de bancos vacíos a ambos lados de la nave central. En una esquina, una mujer reza mirando al altar.
Wassila Thiab, de 76 años, no tiene ánimo para fiesta. En estos años, cuatro de sus seis hijos se han ido. Como todos los años desde que se fueron no ha puesto árbol de Navidad ni preparado dulces. "Navidad es familia, pero mis hijas se fueron a América y a Europa. ¿Voy a celebrar yo sola?", se pregunta esta mujer con el rostro surcado por las arrugas.
Esta mujer siria sueña con reunir de nuevo a la familia en torno a un árbol de Navidad. Pero "Canadá está muy lejos. Y Holanda también. No creo que vuelva a ver a mis hijas", solloza.
"Nos falta la alegría"
A menos de 10 km, la ciudad mayoritariamente cristiana de Chakra ha visto su población diezmada. La mayoría de los habitantes huyó tras los ataques perpetrados por rebeldes y yihadistas. Desde que el régimen de Damasco retomó el control, nadie ha vuelto a la localidad.
Los Archid forman parte de las pocas familias cristianas que siguen viviendo en Chakra. En la fachada de su casa, aún se ven las marcas dejadas por las balas. Sin embargo, y por primera vez desde el inicio de la guerra en Siria, en 2011, la familia ha instalado este año un árbol de Navidad.
Con la ayuda de sus hijas y nietas, Maryam, de 74 años, ha dedicado tiempo a decorarlo. La tarea le ha hecho revivir recuerdos de un tiempo que quedó muy atrás.
"Teníamos la costumbre de preparar muchos dulces porque la ciudad estaba llena de gente", cita. "Pero hoy, sólo preparamos unos pocos para la gente que se ha quedado", agrega. A su lado, Nazir, su hijo, no oculta su tristeza. "La alegría de la Navidad nos hace mucha falta", suspira.
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(FIN) AFP/JAM
Published: 12/24/2019