Víctor Zambrano Gonzales sabe que su vida peligra, pero aun así persiste en comandar la lucha por proteger la Reserva Nacional Tambopata de las garras de la minería, la tala y los sembríos de coca ilegales, que a diario aumentan el daño en la considerada riqueza natural más importante del mundo. Confiesa que lo inspiran el amor y su lealtad por ella.
Desde que tuvo uso de razón, Víctor Zambrano Gonzales observaba todos los días como los nativos de la comunidad Ese’eja dejaban sus balsas y remos a orillas del río Madre de Dios, muy cerca de su casa. Sus padres compartían con ellos sus alimentos, antes de que partieran hacia Puerto Maldonado para vender sus artesanías.
Venían de Palma Real y una semana duraban sus actividades comerciales. En ese tiempo, el pequeño Víctor solo deseaba estar con ellos, ser como ellos, hacer lo que hacían ellos. “Sentía que eran mis hermanos, no me gustaba usar ropa ni zapatos. Mi mamá me enviaba bien uniformadito al colegio, yo me iba caminando, pero apenas podía, me quitaba los zapatos y medias, y me iba corriendo feliz por la carretera”, manifiesta.
Era el octavo hijo de una familia de colonos, nació en Puerto Capitanía, en Puerto Maldonado, y los años que vivió allí, finales de la década del 40 e inicios del 50, los conserva intactos porque compartió su vida cotidiana con los Ese’eja, disfrutó de las aguas del río, la frescura de la selva frondosa y el canto de las aves. A ellos les debe su lealtad y compromiso, su inspiración para ser hoy un tenaz defensor ambiental.
Al pie del cañón
Es presidente del Comité de Gestión de la Reserva Nacional Tambopata, un lugar calificado como el espacio de mayor biodiversidad natural de todo el mundo y actualmente presa de la codicia y la perversión de personas que, mediante la minería, la tala y el sembrío de coca ilegales, amenazan no solo su conservación, sino también la vida de sus protectores.
Víctor sabe que su existencia peligra. Ya vio morir a varios de sus compañeros defensores ambientales, como Roberto Pacheco Villanueva, hijo de un conocido conservacionista, asesinado por la minería ilegal. Pero ya no tiene miedo, afirma. Ahora la Reserva Nacional Tambopata “es el bastión que defenderemos a costa de lo que sea”.
Su afirmación es categórica. El amor por su tierra, la experiencia obtenida como comando de las Fuerzas Especiales de la Marina de Guerra del Perú y la capacidad que tuvo para convertir en un área de conservación privada de 40 hectáreas el paraje seco en el que se transformó el lugar donde vivió su niñez, por haberse alejado de él, son argumentos más que suficientes para continuar.
Tambopata
El avance depredador no ha debilitado sus convicciones ni la de los 38 coordinadores del comité de gestión, que todos los días, ahora, reportan los daños que le hacen a la reserva en el área formada por el río Madre de Dios, que hace de frontera con Bolivia, y por el kilómetro 98 al 120 de la carretera Interoceánica, espacio conocido como La Pampa.
Su lema “conservar para vivir” se ha extendido a las 2,000 familias que viven en la franja de protección que rodea la Reserva Nacional de Tambopata, a las comunidades y líderes nativos. Todos han comprendido que ese gran territorio necesita buen manejo para que sus centenares de especies de mamíferos, peces y árboles les sean útiles a ellos y a las futuras generaciones.
A sus 76 años, Víctor Zambrano no se detiene. Dice que el día que ocurra eso, él empezará a envejecer.
“La línea está trazada, no podemos retroceder. Amamos este espacio natural. Es nuestro hogar, nuestra patria. Ser un defensor ambiental nos pone al pie del cañón. Nos alienta saber que con nuestras acciones preservamos este espacio natural”.
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(FIN) DOP/ SMS
Published: 8/8/2022