Frente al muelle de Laguna Grande, en la Reserva Nacional de Paracas, Eduardo Ignacio Huamán Yataco recuerda los años en los que se inició como pescador al lado de su padre. Tenía 7 años y lo acompañaba, sobre todo, cuando faltaba a la escuela. En la década de 1970, marisquear daba plata y recorrer la zona de Lagunillas era normal, recuerda.
Así se hizo pescador, sin mucho prólogo, pero con intensidad porque durante tres décadas vivió de ese oficio recorriendo el mar de Pisco, ciudad donde nació, y las aguas y recovecos de la Reserva Nacional de Paracas (RNP). Se convirtió en buzo, pulmonero y cordelero para extraer los diversos recursos marinos, que eran el sustento de su hogar, en donde sus cuatro críos y esposa lo esperaban.
Subió por los acantilados para sacar chitas y corvinas, y arrancó del fondo del mar conchas y otros mariscos. Sabía que había lugares que estaban prohibidos para ir a pescar, pero igual se aventuraba a visitarlos porque le parecía que todo sobraba y su presencia, como la de otros pescadores como él, no representaba ninguna amenaza para la abundancia de la naturaleza.
Cambio brutal
Hasta que llegó la pesca por explosivos. Muchos empezaron a dejar su redes y cordeles para reemplazarlos por dinamita. El cambio fue brutal y cruel porque la ansiedad por ganar el dinero fácil y rápido se fue apoderando de cada uno. Eduardo y un grupo de pescadores se resistieron a depredar de esa manera la reserva que les daba de comer.
Lograron ponerse de acuerdo y formaron la Asociación de Pescadores Cordeleros, dentro de la Reserva Nacional de Paracas. Esta decisión cambiaría su destino porque tanto fue su ahínco por tener información y conocer estrategias para detener el daño que en el 2010 su organización fue reconocida como Asociación de Guardaparques Voluntarios Comunales, y su lucha contra la pesca ilícita fue irreversible.
Desde el 2017 es guardaparque oficial del Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernanp) gracias a su participación constante que logró por su experiencia como pescador y también como militar, pues a los 16 años se incorporó en forma voluntaria a la Fuerza Aérea del Perú en donde recibió cursos de precomando que puso al servicio de su lucha contra los dinamiteros.
“Conozco el movimiento de los pescadores, de los legales y de los que pescan con explosivos, y también sé, por la formación militar que recibí, lo que es proteger tu base ante cualquier guerra y ser un gran observador”, subraya preocupado por la situación en la zona.
Laguna grande
Desde hace cuatro años, su zona de trabajo es Laguna Grande, un muelle para pescadores en el que pueden ingresar embarcaciones de máximo 5 toneladas de carga. Su jornada la vive con alegría, cuenta, respira aire puro y disfruta de la presencia de las gaviotinas elegantes, flamencos o playeritos, aves que viven allí, como los pingüinos y las nutrias que son parte de la exuberante fauna que alberga la RNP.
“Ahora estoy en la otra ribera del río, como se dice, aprendí a reconocer la diversidad de la vida marina y a protegerla por medio de los patrullajes que realizo, inclusive en las madrugadas, porque los pescadores ilegales aprovechan la luz de la luna para dinamitar. Hemos reducido esta práctica y no vamos a detenernos hasta erradicarla. A mis 62 años he recorrido mucho, y sirvo a mi país”.
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(FIN) DOP/ SMS
Published: 12/6/2021