Antes de ser golpeados por la muerte o por la enfermedad grave de un ser querido, ellos no se conocían pero el destino quiso que sus vidas convergieran en un acto de amor supremo: la donación de órganos.
Un día, a fines del mes de marzo, Ever Sotomayor, un joven periodista iqueño se encontraba reunido con un grupo de abogados con los que preparaba un informe periodístico cuando el sonido de su celular lo sacó de su concentración. Era la llamada que nunca hubiera querido recibir. Una voz al otro lado le decía que su pequeña Mía Nicole de solo cuatro añitos, su única hija, había sufrido un accidente en la Panamericana. Apenas unos pocos minutos, él había dejado a la niña con su madre Patricia.
El camino hacia el hospital regional de Ica se le hizo eterno. Cuando llegó los médicos le informaron que la pequeña debía ser trasladada a Lima por la gravedad de su situación; tenía hemorragia cerebral y allí no tenían capacidad para atenderla. Una mujer que conducía su auto de regreso a Lima causó un accidente a la mototaxi en la que la niña y su madre iban. Su frágil cuerpo salió despedido del vehículo menor pero ni la mujer que manejaba el vehículo ni el mototaxista hicieron nada por ayudarla y más bien se fueron del lugar. Huyeron cobardemente.
Ya en Lima, Mía Nicole fue operada pero los médicos del Instituto Nacional de Salud del Niño-San Borja, no pudieron evitar la muerte cerebral. “En pocas horas sus órganos también morirán”, le dijeron.
Los galenos se encargaron entonces de convencerlo para que su pequeña trascienda este mundo, dándole la oportunidad a los hijos de otros padres angustiados de continuar viviendo. “Hasta ese entonces, ni su madre ni yo teníamos idea de que había tantos niños esperando un trasplante de órganos para seguir viviendo”, comentó.
La decisión, previas consultas a sus familiares, se dio entonces. Mía Nicole donó un pulmón, su páncreas, sus dos riñones y su hígado y así dio una segunda oportunidad a varios niños que estaban luchando durante años contra enfermedades difíciles y tratamientos dolorosos.
“Lo que hicimos fue en memoria de ella, porque era una niña generosa, de corazón grande, siempre compartía todo lo que tenía, sus juguetes, sus golosinas: si ella hubiera podido decidir seguro lo hubiera aceptado y nosotros quisimos seguir su ejemplo”, dijo el padre al borde de las lágrimas, por la muerte de su pequeña y porque además aún no encuentra justicia. La mujer a la que considera culpable, María del Pilar Jáuregui, se encuentra prófuga.
“No sé si aquí haya un niño salvado por alguno de los órganos de mi hija, pero sé que Dios está con ellos y que mi pequeña está en el cielo”, dijo durante un acto de reconocimiento a los donadores realizado en el INSN-San Borja, por el Día Nacional del Donante de Órganos y Tejidos, en el que participó el viceministro de Salud, Diego Venegas.
Ni un ápice de duda
Lo que vivió Víctor Manuel Blas fue una prueba que el destino le puso, quizás para medir el amor que siente por sus hijos, de los cuales hace las veces de padre y madre, desde hace seis años.
En el 2010, el dolor sacudió su corazón de padre. Carlitos el segundo de sus hijos, que apenas iba a cumplir siete años fue diagnosticado de insuficiencia renal. Sus riñones no funcionaban bien y el pequeño comenzó a hincharse, amén de otros malestares.
La hemodiálisis fue la rutina por tres años y medio en la vida de Carlitos hasta que, ante la ausencia de donantes, surgió la posibilidad de salvar la vida de su niño con su propio riñón. No hubo ni un ápice de duda en su decisión, jamás la dubitación se asomó a su cabeza.
Fueron tres días de internamiento tras la operación y ahora Víctor Manuel se encuentra en perfecto estado, mientras que a Carlitos la vida le cambió. Sus días han vuelto a ser normales y pronto, muy pronto volverá a la escuela.
Ahora el ejemplar padre busca un trabajo para sostener a sus hijos con los que se mudó de Trujillo dejando atrás su empleo en zapatería. Actualmente su hijo mayor, de 18 años, es quien trabaja y afronta toda la carga familiar.
Volver a la vida
Erick sonríe a la vida luego de haber atravesado una época de profunda depresión cuando la insuficiencia renal lo atacó. Un día digno de olvidarse, comenzó con dolores de estómago y de cabeza, pasó poco más de una semana cuando comenzó a hincharse y convulsionar, cuenta su madre Cecilia Paulino.
Fueron tres años difíciles, de sufrimiento para toda la familia, tres años de hemodiálisis tres veces por semana para seguir viviendo. Erick, ahora de 17 años, tuvo que dejar el colegio y su deporte favorito el fútbol, para someterse a su tratamiento y a la asistencia de psicólogos y psiquiatras.
Ya se cumplieron cuatro meses de su trasplante y el jovencito siente que ya su vida cambió, que gracias a la solidaridad de otro ser humano, volverá a ser el de antes.
La segunda oportunidad
Verlos alegres y entusiastas pese a sus problemas de salud inspira ternura y a la vez impotencia de saber que es muy difícil luchar por la donación de un órgano en un país que carece de cultura de donación.
Un niño hermoso espera una donación de un hígado sano. Con apenas ocho años y una estatura menor para su edad porque su problema de salud no lo deja desarrollar normalmente, el dulce Andrew, amante de los libros y la lectura, tiene insuficiencia hepática de grado 5 que devino en cirrosis, cuadro que solo se puede revertir con un hígado nuevo.
Mientras espera el milagro de la donación, Andrew es mantenido con una dieta adecuada y medicinas paliativas.
El Perú tiene el índice más bajo de donación de órganos a nivel de América Latina con apenas 1.6 donantes por millón de habitantes, cifra minúscula que debería avergonzarnos como país. Falta mucho por hacer aún.
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(FIN) ART/ART
Publicado: 22/5/2018