Por María Fernández ArribasplataA los 52 años, José Espinoza tuvo que enfrentar una de las pruebas más difíciles para un padre: salvar la vida de su pequeña Maricarmen, la última de sus hijas. Ella tenía tan solo 10 años y los doctores le diagnosticaron insuficiencia renal crónica terminal, una enfermedad que le provocaba muchos dolores, pero que además le impedía caminar y desarrollarse como una niña de su edad.
“Sus riñones no funcionaban y su cuerpo se estaba contaminando. De inmediato le hicieron un tratamiento de hemodiálisis por 10 meses, pero su cuerpo ya no lo soportaba”, recuerda José mientras no deja de mirarla admirado.
Poco a poco Maricarmen caminaba cada vez con más lentitud, ya no era la niña activa y deportista de siempre, increíblemente llegó a pesar 27 kilos y no pudo celebrar su confirmación, algo por lo que se venía preparando meses. Pero todo eso tuvo su final.
“Fue un milagro”
Al ver a su hija en ese estado, al sexto mes de la
hemodiálisis, José no dudó en donarle un riñón, pues la lista de espera para encontrar un donante es muy larga y podía tardar hasta cinco años. Si esa era la única manera de mejorar la salud de su hija, él estaba dispuesto a hacerlo y afrontar cualquier riesgo con tal de verla completamente sana.
Sin embargo, no fue tan fácil, pues junto con su esposa se sometieron a rigurosos exámenes para determinar quién era compatible, hasta que él resultó ser el elegido.
Lo que vino después fue otra lucha, tres meses de intensa preparación para José. Uno de los primeros requisitos que le pidieron los doctores fue bajar de peso: de 98 kilos debía pasar a 78 en tres meses, y lo logró.
“Todos los días salía a correr. Me demoraba dos horas en llegar a mi casa porque trabajaba en Barranco y vivía en Carabayllo, me ponía un buzo y corría por dos horas. Terminaba devastado, pero eso no importaba porque tenía un solo objetivo: ella tenía que sanar”, nos cuenta José entre lágrimas. Era imposible no llorar al recordar todo lo vivido con su hija.
Por unos minutos guarda silencio y luego expresa su malestar al ver cómo hay algunos padres que tienen igual oportunidad de salvarles la vida a sus hijos y sin embargo se resisten a donar.
“Yo no podía permitir eso, pude ver cómo muchos papás se negaban; en cambio, las mamás son las que más se ofrecen. Si yo tuviera que hacerlo otra vez lo haría sin pensarlo dos veces. Ahora me siento feliz al ver a mi hija fuerte, sana, llena de vida e inteligente”, comenta este padre orgulloso.
Volver a nacer
El 25 de abril del año pasado realizaron el trasplante de riñón. La operación duró más horas de lo previsto, porque el riñón de José era un poco más grande. Ni bien se lo extrajeron, de inmediato lo trasplantaron a su hija, como una inyección de vida. A los 11 años Maricarmen volvía a nacer, otra vez gracias a su padre.
Al día siguiente, su hija ya estaba caminando por los pasillos del hospital Guillermo Almenara, de EsSalud, como si nada hubiera pasado.
“Cuando la vi le dije ¿qué haces caminando?, era impresionante su evolución, en tanto que yo me quedé en cama por varios días. No comía nada, mientras ella pidió un arroz con pollo (risas). Estaba adolorido, pero tranquilo al verla mucho mejor” comenta José, quien labora como auxiliar de laboratorio en el mismo colegio donde estudia su hija, en Barranco.
Días felices
A un año de lo vivido, Maricarmen solo tiene palabras de agradecimiento y de cariño hacia su papá, y con cierta timidez nos comenta que le regalará una tarjeta y le preparará un rico desayuno por su día.
Mientras tanto, José solo quiere compartir cada momento con ella y su familia. La vida les dio otra oportunidad y no piensan desaprovecharla, con besos y abrazos sellan el amor más puro que hay, el de un buen padre hacia su hija.
(FIN) MFA/LIT
GRM
Video: Amor de padre: "volvería a donarle el riñón a mi hija"
Publicado: 17/6/2017