Guarda las fotos como su tesoro más valioso, porque le recuerdan los mejores años de su vida, hace casi seis décadas, cuando era parte del Ejército Peruano, donde fue entrenado en manejo de armamento de guerra, pero principalmente en los valores del respeto, la puntualidad, el orden y la disciplina, los que ahora incentiva entre sus nietos.
Se trata del andahuaylino, Dionicio Merino Huasco, usuario del Programa Nacional de Asistencia Solidaria Pensión 65, del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social (Midis).
Tiene 82 años de edad, es viudo, y vive junto con su hija Carolina, en el centro poblado Tapaya, distrito de Andahuaylas. Sus días transcurren cuidando a sus animalitos y hortalizas; sin embargo, lo que más disfruta es contar las anécdotas de sus años como soldado.
Hay tal ímpetu en sus anécdotas transmitidas, que sus nietos ya están convencidos que también formarán parte del Ejército Peruano, lo que a Dionicio le satisface mucho porque considera que los jóvenes necesitan estar bien preparados para las oportunidades que se les presente. “Con una mejor educación, valores humanos y menos delincuencia, nuestro país va a cambiar”, asevera el usuario de Pensión 65.
La historia del recluta Dionicio Merino Huasco se remonta al año 1959 en la ciudad de Tarma, a donde llegó para trabajar, pero resultó siendo incorporado al Servicio Militar Obligatorio, tras ser detenido en las conocidas “levas”.
Así llegó al cuartel de Chorrillos, en Lima, siendo adiestrado para usar armamentos de guerra. Allí fue también fue centinela y sirvió en la cocina; se hacía cargo de la limpieza de las caballerizas y, a la par, los ejercicios físicos eran parte de su día a día.
Al rememorar aquella época, dice: “A los nuevos soldaditos nos decían ‘morocos’; con mis compañeros éramos como hermanos; a veces discutíamos, pero estábamos felices y siempre nos apoyábamos. Salíamos a las fiestas, aunque no me gustaban mucho; me iba al coliseo nacional en Lima para ver a los artistas. También había fiestas particulares donde tenías que ir bien vestido y pagar para ingresar”, recuerda.
Al salir del Ejército, en 1962, Dionicio se dedicó a la pastelería, oficio que aprendió en el cuartel. A los 26 años se casó con Zenobia Pastor, con quien tuvo cinco hijos, de los cuales viven tres.
Si bien su vida no ha sido fácil, Dionicio siempre se las ha ingeniado para que no falte el pan en la mesa familiar. Cierta vez, como le robaron los caballos que le servían para vender sal en diferentes pueblos, se vio obligado a emplearse como peón en una chacra.
En otra ocasión, de niño, cuando pasteaba sus animales, un toro lo corneó tan fuerte cerca al ojo, que estuvo a punto de perder la vida; esta dolorosa experiencia solo queda una cicatriz.
Si bien ha probado diversos potajes por los lugares que ha viajado, como Ayacucho, Lima, Junín, Huancayo y Chanchamayo, Dionicio por nada cambia su comida favorita, el caldo de cabeza, que siempre prepara su hija para su cumpleaños, el 8 de octubre. Él dice que su buena salud se debe a que de niño fue bien alimentado, por ejemplo, con sopa de cebada y de calabaza, además de trigo y olluco, entre otros alimentos nutritivos.
Antes de ser parte de Pensión 65 del Midis, trabajaba en la chacra, cultivando maíz y cortando alfalfa para sus cuyes, pero sus fuerzas cada vez eran más escasas; por eso, al enterarse en una asamblea comunal, de la posibilidad de solicitar su afiliación al programa, no lo dudó ni un momento. “Me anotaron y después me enteré que ya podía cobrar; ese día me alegré mucho”, afirma.
Con la subvención económica que le entrega el Estado, don Dionicio ahora puede pagar su luz, agua y adquirir sus alimentos y las plantitas que cuidadosamente cultiva para su consumo propio.
Así como el caso del señor Dionicio, Pensión 65 impulsa entre sus 544,202 usuarios de 1,874 distritos del país, un proceso de envejecimiento con dignidad. La subvención económica llega también al 100% de distritos de frontera, zona del Vraem y del Alto Huallaga.
(FIN) NDP/LZD