13:25 | Lima, may. 24 (ANDINA).
Por Susana MendozaReconstruir la historia de los peruanos víctimas del holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial, fue un reto enorme que Hugo Coya superó con paciencia y perseverancia. Su libro Estación final es el resultado de ese trabajo y aquí cuenta algunas anécdotas que vivió durante su investigación.
¿Se puede hacer docencia con el periodismo?
-Soy docente y periodista. No me considero ejemplo de nada, y no pretendo fijar patrones de conducta, ni reglas, ni cómo deben hacer periodismo.
Me refiero al ejercicio periodístico…
-Cuando empecé en el periodismo, uno de mis primeros jefes consideraba que el periodismo era un oficio y que por lo tanto no había que ir a una universidad.
¿Estaba equivocado?
-De alguna manera vilipendiaba a las personas que habíamos estudiado en la universidad. Craso error, para ser periodista se necesita una formación humanista que la universidad indispensablemente da. No se puede ser buen periodista sino se tiene una sólida formación, y tampoco sino se conoce el oficio y se ejerce permanentemente.
¿Hace docencia periodística?
-Enseño periodismo en la universidad Católica, y como productor general de prensa uno de mis responsabilidades es tratar de que cada noticia, o grupo de noticias salga al aire de la mejor calidad posible.
¿Bien hecha o veraz?
-Que tenga los mejores ángulos, la mejor toma, narrado correctamente, objetivo, que informe de manera que el público decida. No interesa si la noticia sea policial, económica o deportiva.
¿Siente que es diferente a lo hecho en Estación Final?
-No creo que sea distinto. Mi libro no es histórico, no tiene pretensión de ser una publicación para eruditos, está escrito de manera simple. He querido abrir un nuevo campo en el periodismo peruano: el uso de las redes sociales para la investigación periodística.
¿Le sorprendió descubrir que era una herramienta?
-No descubrí, fue una decisión personal. Comencé a hacer la investigación con los métodos tradicionales, pero al cabo de casi dos años y nadar contra la corriente descubrí que la investigación no avanzaba ni para atrás ni adelante.
¿No había documentos?
-No encontraba a los parientes directos de las víctimas, ni en los Registros Públicos, ni en la Sunat, ni en la guía telefónica, ni en la biblioteca. En ninguno de los lugares tradicionales que buscaríamos los periodistas para conseguir información. Tuve dos alternativas, o abandonaba la investigación o recurría a otros medios.
Pensó en las redes sociales…
-Recurrí al Facebook, y para ubicar a la primera victima, David Levy, seleccioné arbitrariamente a un mil 600 personas y a todas les envié un mensaje solicitándoles información.
¿Qué ocurrió?
-El mensaje fue captado por la red, cerca de 900 personas me respondieron. Unas disculpándose por no conocer a David Levy y otras para contactarme con otras personas. Se multiplicaron los mensajes como si fueran una cadena.
¿Qué tiempo demoró recibir el mensaje que le interesaba?
-Al cabo de 4 a 5 meses recibí el primer mensaje concreto de un señor, decano de la facultad de Economía de la universidad de California. “La persona que usted busca son parientes lejanos míos, y le estoy copiando este mensaje”. Phillipe Levy me respondió.
¿Qué sintió con esa primera respuesta?
-Como periodista me emocionó mucho, ¿se imagina?, 70 años después pude identificar a la familia de David Levy a través de Internet. Fue increíble. Se lo contaba a todos mis compañeros, me veían como un loco.
¿En este proceso qué descubrió de usted?
-Que puedo ser una persona perseverante y paciente. Que puedo mantener una investigación de largo plazo. Yo pensaba que era impaciente.
¿Fueron difíciles los vínculos que estableció con las personas que entrevistó?
-Fueron muy intensos. Y con la única sobreviviente peruana del holocausto, Victoria Weissberg, tengo una deuda personal porque conversamos mucho, me trataron como parte de su familia. Ellos se reunieron en Florida para ver la presentación por Internet.
¿Siente que después de Estación final va a continuar algo más?
-El libro ha superado todas, todas las expectativas. Es un libro de no ficción que por la propia naturaleza de su tema rara vez puede conseguir la trascendencia que ha conseguido.
¿Este libro lo confrontó?
-No, la primera cosa que ocurrió es que descubrí que la neutralidad de Perú frente al holocausto era dudosa, casi cómplice porque permitió que mucha gente muriera por falta de visa. Me sentí avergonzado como peruano. Pero más aún, que luego de 70 años sigamos pensando que no pasó nada.
Contar esas historias, anónimas hasta el día de hoy, ¿qué sentimientos movilizó en usted?
-Mire, considero que este libro es importante, no porque lo haya escrito yo, sino porque nos revela y ayuda a entender un capítulo oscuro de nuestra historia importante de conocer para que no vuelva a repetir.
¿Pensó en sus vínculos familiares, por ejemplo?
-Sí, mis hermanos son mi familia y mi madre. Ella ya falleció, y el libro está dedicado a ella como a las 23 víctimas de la guerra. Y es verdad, la familia juega un rol clave, quizás en nuestro propio destino. Por la familia, estas personas emigran a Europa para buscar un futuro mejor, como actualmente lo hacen 3 millones de peruanos esparcidos en todo el mundo que son emprendedores. Así somos los peruanos, siempre buscamos salir adelante.
¿Usted es así?
-Trato en lo posible, además no se si sea el típico peruano; pero gracias a Dios que tengo la posibilidad de comunicar, informar, conocer, y haber viajado un poco más que el resto. Creo que mi obligación como peruano es decirlo para que la gente sepa lo que pasa o ha pasado.
¿Tener a la única sobreviviente frente a usted, despertó algo especial en su vida?
-No sólo ella, la historia de las 23 personas te hace valorar más la vida. Mucha gente a la que yo conté el proyecto que empezaba hacer, me expresó su preocupación porque pensaban que el libro podía ser muy lúgubre. A ellas les respondí algo que asumí como filosofía de vida: la guerra saca lo peor y lo mejor del ser humano. En este libro muestro ejemplos de dignidad, heroísmo que tuvieron estas personas en el peor momento del nazismo. Como el caso de Magdalena Truel.
Es su ejemplo de heroicidad…
-Desde el momento que descubrí su historia. Si es verdad, me pregunté, por qué nosotros no lo sabemos. Es un delito no haber conocido esas historias.
¿El periodismo no tendría que darles voz a las aquellas personas anónima que construyen, que son solidarias?
-Yo no quiero juzgar a la prensa, no es mi papel como periodista. No he escrito un libro para sentirme la autoridad moral. La fama es el peor enemigo del periodista porque nos convierte en especie de estrellas que pierden de vista de su verdadero rol: ser intermediario entre la realidad y el público.
Usted se siente una bisagra…
-Lo intento, el periodista no debe abandonar su rol de instrumento para que el público conozca las cosas. Estación final la he escrito con ese criterio. No doy reglas de moral.
¿Tuvo momentos de alegría?
-En todo momento. Este libro ha sido para mí una constante alegría, paradójicamente porque se trata de un tema terrible. Pero en el sentido de meta lograda, de haber cumplido con lo que me propuse al iniciar la investigación: publicar un libro que ha sido aceptado, y además, comentado por historiadores y escritores consagrados. Me abruma.
¿Por qué?
-Me hacer sentir como más responsable de lo que he hecho. Ya me preguntan si estoy haciendo la segunda parte. Ahora, la publicidad y el éxito que tiene el libro me ha permitido conocer y comunicarme con personas que inicialmente no me informaron, y ahora lo quieren hacer.
¿Estación final es novela histórica?
-Algunos me han dicho que estoy abriendo un nuevo espacio de la literatura histórica, que en otros países del mundo es exitosa. Pero yo no he escrito literatura, lo que yo he contado es real, soy periodista y eso ocurrió.
Usted es de perfil bajo
-Toda la vida. Los que me conocen saben que no soy una persona que le gusta aparecer públicamente. Esto me rebasa. La editorial me dijo desde el inicio que tenía que dar entrevistas y que iba a tener una exposición fuerte.
¿Lo asustó?
-No, porque soy un hombre curtido para los medios. Conozco el trabajo detrás de cámaras y delante de ellas. Pero reconozco que esta exposición me han cambiado un poco las cosas, pero considero muy importante dar a conocer este trabajo.
¿Cómo fue su relación con la señora Victoria Weissberg?
-Quizás Victoria es uno de los mayores regalos que he tenido con relación al libro. Ella y su familia desde el primer momento me abrieron las puertas de su casa. Inicialmente iba a estar presente en la presentación, pero no se pudo. Pero lo vio por Internet.
¿Habla castellano?
-Habla poco, por eso la parte que se ha exhibido está en inglés, se hizo la entrevista en ese idioma para que se sintiera más cómoda. Tiene 85 años, y a veces frente a la cámara se ponía nerviosa y en español mezclaba las palabras.
¿Le parece que el idioma de las emociones es universal?
-Le cuento. Una vez mientras grababa la entrevista, tengo 200 horas grabadas, el camarógrafo que sólo habla lo mínimo básico del inglés empezó a llorar en la mitad de la entrevista. Sentí sus sollozos. Le pregunté qué le ocurría. “Esto es terrible, qué está diciendo, cómo le ha podido pasar todo eso” me dijo. Le pedí que parara, que si no mantenía la ecuanimidad todo se iba al cacho.
¿Contar su testimonio le afectó a la señora Victoria?
-A ella a veces le subía la presión cuando recordaba algunos pasajes en el campo de concentración, al punto que había que llamar al médico. No fue fácil entrevistarla.
¿Usted tuvo que contener sus emociones?
-Absolutamente. Como periodista traté de mantener el equilibrio, somos seres humanos, porque basta escuchar su testimonio para conmoverse.
(FIN) Variedades
Publicado: 24/5/2010