Se dice que el punk no ha muerto, que se resiste al paso del tiempo y que siempre será así; mientras hay un rezago, un alma revoltosa fiel a sus ideales y que se enfrente al propio mundo con tal de vivir bajo lo que considera correcto, el punk seguirá vivo en ella.
Si hablamos de pioneros del género, pues la lista se ha reducido a su mínima expresión. U
n alma de aquellas que todavía pululan en la sociedad con
esa voluntad indomable es precisamente Marky Ramone, el baterista más representativo de la mítica banda Ramones, quien ahora podría ser
considerado como el último Ramone de la casta original.
Ayer se presentó nuevamente en Lima, con su propia banda,
una especie de homenaje a esos cuatro neoyorquinos que rechazaron las luces enceguecedoras, las ropas multicolores y la combinación de melodías subrrealistas para ofrecer un
rock genuino, agresivo, posesivo y muy puro.
Mas que emoción
El escenario no podía ser el mejor, el estacionamiento de un conocido centro de convenciones capitalino.
Sí, allí, al costado de algunos autos estacionados se levantó el escenario,
ante un puñado de rebeldes creyentes que resisten los embates del tiempo y de una sociedad conformista.
El viejo Marky salió al frente, con paso cansino, se paró al filo del estrado y saludó a sus fanáticos levantando la mano. No hubo más protocolo. Se sentó ante su batería y luego del clásico “one, two, three, four”, empezó el concierto con “Rockaway beach”.
Uno a uno desfilaron los clásicos más famosos de Ramones, ante una pequeña gran multitud que no pierdo el tiempo y se entregó a un pogo incontenible, salvaje. No había respiro, nada de pausas, nada de saludos ni palabras de agradecimiento en medio del concierto. Todo era música, todo era pogo, todo era frenesí, todo era punk.
Marky tocaba la batería como en sus mejores épocas. Con el rostro inexpresivo, siempre gesticulando, encorvado frente a la tarola y los platillos, un perfil inconfundible. Pero él no quería ser la estrella, pese a lo contrario. La estrella tampoco era el cantante, Pela, cuyo timbre de voz tenía una semejanza más que interesante a la del fallecido Joey. Las estrellas de la noche fueron los homenajeados, fueron los Ramones.
Así transcurrieron una hora y 20 minutos de puro rock, una hora y 20 minutos intensas, con solo dos encores que en realidad no fueron más que excusas para beber algo de líquido y volver al escenario con la misma fuerza. Así llega a su fin un concierto con 45 canciones sin freno, cortas, contundentes, aplastantes.
El concierto de Marky Ramone no solo fue un homenaje a sus compañeros desaparecidos, sino un homenaje al género, desde sus orígenes, desde la primera vez en que se juntaron para tocar en un garaje. Y eso pasó anoche en Lima; un garaje nuevamente fue el escenario no para dar inicio al punk, sino para demostrar que este género, luego de más de 40 años, sigue más vivo que nunca.
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(FIN) VLA/CFS
Publicado: 18/3/2018